domingo, 16 de noviembre de 2008

Una nación abortada

El veto impuesto por Tabaré Vázquez a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva fue tan sorpresivo como el timbre de un despertador al que uno mismo ha programado; Vázquez no se caracterizado nunca por desdecirse ni someter su autoridad, mucho menos en público, sino por lo contrario, por su notable –tal vez la única característica notable de su personalidad- capacidad de acumulación de poder gracias a la cualidad que Brecht asignaba a los pésimos líderes: el hacerse indispensable. El que haya habido militantes del FA que creyeran hasta último momento que un egomaníaco autoritario como Vázquez iba a dejar cómo su último acto notorio de gobierno el permitir que le doblaran la mano en un tema en el que había sido diáfano y claro, fue algo propio de ilusos o de pelotudos que siguen sin entender la naturaleza del aparato político anti-democrático que armaron.

Estando el veto y sin que el partido intente ninguna de las medidas extremas que podrían forzar su levantamiento, las mujeres pobres seguirán abortando en condiciones infames y muriendo con sus áreas más sensibles infectadas, perforadas y gangrenadas, quedando lisiadas de por vida o, paradoja de los que defienden la vida facilitando la muerte, esterilizadas en forma definitiva. Este año en particular el número de mujeres muertas o dañadas en forma definitiva por los abortos clandestinos fue ligeramente menor que el promedio de años anteriores, lo cual fue considerado en algunos círculos como un avance.

Pero eso no es un mérito de las políticas de salud propugnadas por Vázquez sino más bien del uso –ilegal para la legislación actual corroborada por el veto- del misoprostol, recetado y distribuida muchas veces por médicos, gremio que está en una abrumadora mayoría a favor de la legalización –contrariamente a lo que parece sostener Vázquez al apoyarse en su formación para aplicar el veto- y cuyos integrantes, particularmente los de hospitales públicos como el Pereyra Rossell, tienen que jugar al borde de la clandestinidad y con la amenaza de la destitución, cuando no la cárcel, pendiendo sobre sus cabezas, pero siguiendo adelante basados exclusivamente en su experiencia personal y en la empatía hacia sus pacientes más indefensas.

El que el número de mujeres muertas en abortos clandestinos haya disminuido es irrelevante; una muerte evitable es una cantidad enorme de muerte, y de ahora en adelante cada una de estas muertes será responsabilidad directa de Vázquez y de quienes sustentan su poder dentro del FA, algo que se les debe recordar en cada oportunidad posible y cada vez que salgan a la arena pública, pero, siendo algo gravísimo e inexcusable, la gente pobre muere por muchos motivos de omisión sanitaria –lo cual es una lacra del capitalismo en general-, y tal vez el caso de los abortos clandestinos no sea más que un síntoma de el auténtico dilema que gira alrededor del aborto, y que en términos mundiales es aún más importante que el número de las víctimas de su malapraxis.

***

El auténtico centro de la discusión acerca de la legalización del aborto no pasa en realidad –mal que le pese a los militantes de dicha legalización- ni por la eliminación de los riesgos de su práctica ilegal ni por el derecho de autodeterminación de las mujeres sobre lo que crece en su cuerpo –dos argumentos por otra parte irrefutables- sino por lo que los grupos “pro vida” han convertido en el eje de debate. Y que no está mal que lo sea, es decir; sobre la capacidad humana de decidir totalmente sobre las circunstancias de su reproducción, y por la existencia –o no- de fuerzas o poderes superiores a esa capacidad de decisión.

Es decir; el núcleo de la discusión es el derecho o no de los humanos conscientes a eliminar formas de vida humanas inconscientes y sin actividad cerebral (lo que en términos médicos es equivalente a ya no ser humano o a todavía no serlo realmente). Es así de feo como suena, pero los eufemismos distraen de su auténtica urgencia: si el ser humano piensa subsistir como especie al menos un par de siglos más en condiciones de calidad de vida mínima, es totalmente imprescindible el fin del fundamentalismo religioso-humanista que sacraliza todas las formas de vida humanas, incluso las que se han vuelto una continua tortura (los desgraciados enfermos privados de la eutanasia) o las que apenas se diferencian del estado de ameba y que sólo son una posibilidad de desarrollo, como los fetos carentes de terminales nerviosas susceptibles de ser abortados en los tres primeros meses de su existencia. Si no se entiende y se acepta de que esos fetos, o esos enfermos terminales e insensibles, son vida humana, entonces es absolutamente inútil el pelear por el derecho a su conclusión.

Cuando la defensa del aborto es la defensa de un "mal necesario" o de una solución extrema, se convierte en una defensa condenada al fracaso; está claro que una intervención quirúrgica tan intrusiva y simbólicamente traumática no es deseable para nadie y que en un país con una adecuada educación sexual -y un uso irrestricto de "píldoras del día después"- los abortos serían casi inexistentes. Sin embargo la argumentación que acepta a esta solución en algo especialmente traumático, en cierta forma refuerza su estatus de crimen -necesario pero crimen al fin- y su identificación con el filicidio. Es decir los mismos argumentos de su oposición. Pero estos son los términos filosóficos en los que se podría haber discutido públicamente y como nación el problema del aborto, y este problema se dirimió en términos exclusivamente políticos. Así que mejor hablemos de política.

***

Tabaré Vázquez culmina su mandato con números bastante positivos, y que en manos de un partido que no estuviera devorado internamente por las diversas voluntades de poder de las fuerzas que lo componen –y si no se enfrentara al conjunto de impresentables que componen la oposición- le asegurarían al Frente Amplio un nuevo gobierno sin que se molestara siquiera en hacer campaña. Más allá de los méritos generales del gobierno atribuibles al programa de la fuerza e independientes de la voluntad presidencial, los méritos propios del presidente aparecen –más allá de la comparsa que brega por su reelección como si se tratara de Tito en las vísperas de la disgregación de Yugoeslavia- como muy limitados, por no decir inexistentes. Dentro de las iniciativas o políticas que caben atribuirle a su figura, a lo sumo le reconocería una cierta firmeza a la hora de atarle la cuerda a la bolsa de gatos en la que se convierte el FA a la hora de medirse la pija. Algo en lo que es difícil de diferenciar si se trata de un mérito de estadista o simplemente una continuación del proceso de acumulación de poder personal que llevó a este conductor de cuadros de fútbol al puesto de máximo jerarca de la izquierda superando a políticos más cultos, preparados e inteligentes.

El resto de su obra –repito, no del gobierno del FA sino lo que se le puede atribuir a su iniciativa personal- oscila entre lo irritante y lo patético, ya que sus intervenciones individuales se limitaron a ejercicios de intriga palaciega, una abominable actitud separatista y cipayesca en relación a la política exterior, una clara voluntad de lobby en relación a todo lo que tenga que ver con su gremio -ese que algunos desaprensivos llaman la “mafia blanca”-, y el haber emprendido un combate desproporcionado y discriminador hacia los fumadores. Y, por supuesto, luchar a brazo partido por los caballitos de batalla distintivos de la secta esenia con la que colabora, ya sea entronizando el monumento de uno de los principales difusores del SIDA –Karol Wojtyla, cuya oposición al uso de preservativos durante el comienzo de la pandemia de dicha enfermedad posiblemente lo hace responsable de centenares de miles (o millones) de muertes- o comprometiéndose con el más reaccionario y obtuso de los obispos montevideanos de las últimas décadas, parándose de su lado y no del de los que lo eligieron.

¿Por qué motivo Vázquez decidió realizar un movimiento se semejante impopularidad entre sus correligionarios y enfrentándose a la voluntad de la totalidad de sus legisladores? Es algo difícil de discernir; como bien me señalaba alguien con mayor poder de observación política que yo, el catolicismo de Vázquez no parece en realidad tan extremo –por de pronto no es un practicante asiduo de sus rituales, además de pertenecer a otra secta de tradición anti-católica como la masonería- como para justificar una actitud tan determinada. Tal vez haya sido para evitar problemas en el seno de su familia, donde sí parece haber opiniones más dogmáticas, tal vez haya sido una más de sus demostraciones de poder egomaníaco, tal vez haya sido realmente una convicción moral y ética basada en sus valores personales.

Tabaré Vázquez es un científico, específicamente un oncólogo, lo cual lo coloca en un sitio incómodo de la ciencia, ya que pertenece a una rama de la misma que no ha conseguido ni entender ni controlar su objeto de estudio y, más allá de méritos y triunfos parciales -y valiosísimos, sin duda- a groso modo se le puede considerar como una rama aún derrotada de la medicina. Esta triste cualidad, uno esperaría, debería impregnar a sus practicantes de una cierta humildad, una cierta comprensión hacia el misterio de las cosas y la ausencia de respuestas definitivas. Digamos, una conciencia permanente de las propias falencias e incapacidades. El miedo a la muerte y a esa sentencia casi inapelable que supone el cáncer ha convertido a los oncólogos en, posiblemente, los especialistas médicos más apreciados por los ciudadanos de a pie, que los barnizan con sus esperanzas, como encarnación de su fe y de su confianza en quienes pueden ser la última barrera de contención entre ellos y una muerte fea y prematura. No es de extrañarse entonces que algunos oncólogos se confundan en el camino y obnubilados por el agradecimiento de los que consiguen salvar, se afirmen en una soberbia olvidadiza de la cualidad aún incurable e inexplicable de la enfermedad que combaten.

En lo personal no puedo compartir la beatificación de la oncología: ni Vázquez ni ninguno de sus colegas consiguió salvar del carcinoma a mi padre, ni a mi abuela, ni a mi abuelo, ni a mi perro, por lo cual me permito el no concederle a ningún oncólogo el menor tipo de autoridad intelectual o moral sobre mí, mucho menos el poder de decisión sobre el futuro del contenido del útero de ninguna de las mujeres que conozco o no. Y mucho menos si uno de ellos articula su supuesta autoridad filosófica con una creencia religiosa dogmática y fantasiosa. Digamos, en lo que a mí respecta Vázquez carece de per se de las cartas mínimas de confianza y respeto que imponen en forma no coercitiva una autoridad moral. En lo que concierne a mi familia y a su experiencia particular, lo único que podríamos decirle a alguien de su profesión es: fuck off, loser. Gracias por nada.

Pero ese soy yo, el que tal vez esté resentido por su familia llena de muertos; más interesante es ver qué vieron en él las que sustentaron su poder simbólico -y aún lo sustentan- a pesar de haber sido notablemente franco con respecto a este tema. Es decir, a su promesa de que se iba a pasar por las partes sus voluntades.

***

Sería conveniente que las fuerzas feministas de Uruguay hicieran una seria autocrítica con respecto a la casi absoluta incapacidad de movilización que demostraron en los días de la votación. Siendo un tema crucial en relación a sus derechos y al combate contra las rémoras patriarcales que subsisten por todas partes, es casi aterrador el comprobar que hasta un fantasma como el Pastor Márquez convocó más gente y entusiasmo que todas las organizaciones femeninas juntas. Hay una cierta explicación para esto y que va más allá de la pereza, y que es un fenómeno que se extiende a muchos planos del activismo; el haber delegado buena parte de las estructuras activistas en manos de las representantes políticas de la izquierda hizo que el desconcierto, las contradicciones y la inacción de buena parte de ellas repercutiera sobre las bases, que se mostraron escuálidas, desarticuladas, desmotivadas y ausentes. A la sombra de unos pelotudos que rapeaban sobre el derecho a la vida y la alegría. Yo tampoco fui, lo admito, pero en este caso no por haraganería sino por el mismo respeto que le tengo a las decisiones individuales de las mujeres sobre sus vientres: esa era su batalla, hermanas, esa la tenían que pelear en la calle ustedes.

El enorme fracaso de las militantes femeninas, y sobre todo de sus representantes políticas, fue el de no haber conseguido hacer de este tema algo importante y, repito la palabra, crucial. Brecha publicaba en su último número estudios de Bottinelli que afirmaban algo que estoy más que dispuesto a creer: mientras que los enemigos de la legalización del aborto eran clarísimos en su voluntad de no votar ni seguir a ninguna fuerza que apoyara dicha legalización, los partidarios de la misma concedían que posiblemente siguieran votando a una fuerza que hiciera fracasar esta iniciativa. Disciplina de izquierda o espíritu de perdedor, lo cierto es que eso se irradió siempre dentro de las fuerzas que apoyaban la legalización y particularmente de los cuadros políticos que la promovían en el parlamento. En días previos a la votación y con la amenaza del veto pendiente, varias legisladoras y ministras del Partido Socialista se fotografiaron orondas firmando los inútiles - e innecesarios salvo como demostración pública de adhesión incondicional- formularios de reelección de Tabaré Vázquez. Interrogadas al respecto por la diaria, las que se dignaron contestar explicaron que una cosa era una cosa y otra cosa otra, y una de ellas se sinceró diciendo, "me importa que esta ley se apruebe, pero más me importa ganar". ¿Ganar qué? ¿El sueldo de legisladora?

Se me acusado algunas veces de machista a causa de cierto gusto por la provocación que tiene mi sentido del humor y por mi firme convencimiento de la importancia de la diferenciación sexual en algunos aspectos, pero en realidad fui criado en un matriarcado casi total en el que las mujeres tomaban todas las decisiones sobre la conducción familiar. Fui educado por viudas jóvenes, militantes clandestinas de tiempos dictatoriales, mujeres que trabajaban ocho horas, estudiaban otras ocho y criaban a sus hijos en el medio, profesionales independientes, divorciadas prematuras en tiempos de divorcios vergonzantes, suplentes improvisadas de figuras paternales, luchadoras todoterreno, locas que confiaban más en la cultura que en el maquillaje, feministas inconscientes de su feminismo; minas que jamás aceptaron una orden de un hombre ni por miedo ni por amor, y que jamás dependieron de uno para su sustento material o espiritual. Minas de hierro y diamante pertenecientes a un sexo que nadie se atrevería a calificar de “débil” y entre las que no había insulto más denigrante que “mantenida”. Esas fueron mis abuelas, mis tías y mi madre. Así espero que sean mis sobrinas y mis hijas, en caso de tenerlas.

Y tal vez sea por esa educación que pocos espectáculos más tristes he visto en la política uruguaya que la docilidad con la que las mujeres legisladoras del FA aceptaron la imposición del veto de Vázquez, llegando al extremo en la figura de María Julia Muñoz -una doctora y Ministra de Salud cuya posición favorable a la legalización es conocida-, que fue casi corriendo a estampar su firma sobre el veto, haciéndolo legal. También lo hicieron Héctor Lescano y ese personaje tan querido para los periodistas que es Víctor Rossi, pero la acción de Muñoz -una mujer a la que además Vázquez ha dejado en falsa escuadra más de media docena de veces interfiriendo con las decisiones de su ministerio y obligándola a recular en sus afirmaciones- fue un espectáculo tan denigrante que por comparación cualquiera de esas chicas que se someten a sesiones filmadas de bukkake parecería una digna trabajadora. Pero no es la única; hay que recordar que aunque su representación parlamentaria sea minoritaria, todo el FA es un partido mayoritariamente femenino en un país con más mujeres que hombres, y que particularmente el voto femenino a Vázquez ha sido tradicionalmente importante y decisivo.

Tratando de ver un medio vaso lleno dónde sólo había una sucia marca de borra, Margarita Percovich -tal vez el cuadro del FA más firme a la hora de defender esta ley- se congratulaba de que al menos los dos candidatos más factibles a la presidencia por el FA -José Mujica y Danilo Astori- habían votado a favor de la legalización. Pero Percovich pasaba por alto algo evidente; ni los más optimistas de los frenteamplistas consideran factible el que tengan mayorías parlamentarias luego de las próximas elecciones y hay que ser un iluso absoluto para creer que la oposición de derecha -o esa centroizquierda que curiosamente siempre coincide con la derecha- va a ceder su voto para aprobar una ley así. El Partido Blanco ha hecho, tal vez por mera tradición antibatllista, de la alianza con el catolicismo uno de sus bastiones, y los colorados llegaron a vender su veto a la legalización -durante el gobierno de alguien tan poco religioso como Jorge Batlle- a cambio de los cuatro votos patéticos de la Unión Cívica. Es decir; el veto de Vázquez patea este problema cinco o diez años hacia el futuro, ya que además clausuró la opción de llevarlo a referendum. Si había un tema innegociable y que era esencial aprobar en esta legislatura era el de la legalización del aborto, pero el FA -incluso sus representantes femeninas- fue incapaz de tomárselo en serio. ¿No se vio acaso a dos representantes del MPP -el partido mayoritario del FA y del mayor hambre de poder- estar a punto de hacer fracasar la ley en la Cámara de Diputados sólo para tener un poquito de televisión y radio extra?

No hay nadie que me pueda convencer de que de haberse organizado el ala femenina del FA podría haber evitado el veto, incluso amenazando con la renuncia colectiva, incluso -por qué no- forzando la renuncia del presidente. Pero parece que el mayor símbolo del patriarcado político y legal vigente, un vestigio de la contraofensiva reaccionaria que intentó hace casi ochenta años revertir algunos de los avances del laicismo uruguayo, no era una causa como para ir a la guerra interna ni apostar fuerte. No, porque lo que se quiere es ganar. ¿Y acaso Vázquez no es un hombre sensible con las mujeres? ¿No notaron que siempre dice uruguayas antes que uruguayos en sus discursos? Uruguayas, les puse nuevamente la montura.

***

Fui sin gran entusiasmo a la Plaza Libertad al acto de protesta por el veto; había más gente que en las movilizaciones durante las votaciones pero no llegaba a ser una cantidad de gente realmente significante. Es comprensible; es difícil reunir gente en torno a un fracaso. Pero el propio acto contenía algunas de las características que explicaban el fracaso, partiendo -como me comentaba una amiga- de la ambientación musical, reducida una vez más a los ya arcaicos himnos del regreso a la democracia y que ya son como la marca de fábrica de un activismo envejecido. Es difícil abandonar las viejas costumbres, pero hasta esta ambientación sonora es claramente simbólica de una militancia tan identificada con los aparatos de partido que ni siquiera recordó que fuera del partido también había mujeres que abortaban y que estaban a favor de su despenalización.

Escuché a Lilián Abracinskas llamar a la esperanza y congratularse por el hecho de que las cámaras de representantes habían vuelto a aprobar la ley dando una señal más de la consabida opinión mayoritariamente a favor de la legalización, como si eso importara. Yo lo lamento mucho, pero no hay ahogado más triste que el que murió en la orilla, especialmente si el mismo fue devuelto al agua por quién debería haberlo rescatado. No había nada que festejar en la Plaza Libertad, así que no me quedé mucho rato.

Más tarde una amiga me confesaba que para ella era un día tan triste como cuando venció el voto amarillo al verde en el 89. Tuve que decirle que en cierta forma era peor, porque en aquella ocasión por lo menos teníamos el consuelo de no haber sido parte activa de ese fracaso. Es decir; yo no voté a Sanguinetti ni a Tarigo, pero sí a Vázquez, y ella también. A llorar al cuartito.

***

Vuelvo a repetir algo; en la práxis el aborto está legalizado y, sin una vigilancia estricta promovida desde el Poder Ejecutivo -como en la actualidad, ya que durante este gobierno se han cerrado más clínicas abortivas que en cualquiera de los anteriores- se seguirá llevando a cabo en enormes cantidades, ojalá que en mejores condiciones de salud y, con un poco de suerte, amparada por el ala más consciente de la medicina, como en el ya mencionado ejemplo del misoprostol. Pero en el medio, además de algunas vidas, se habrá perdido muchísimo. Por de pronto se habrá perdido la oportunidad de que un gobierno de características más bien geriátricas avale una histórica reivindicación de los jóvenes y las mujeres, los eternos relegados de la política. Se habrá perdido también la única oportunidad de este gobierno de un país -que supo ser hace añares un laboratorio social ejemplar- de dar un paso adelante en relación a los miedos y taras del continente, y señalar un camino de autodeterminación a contrapelo de las crecientes fuerzas del terror religioso. Es decir, una señal de progreso o al menos espacio legal de disenso para esas generaciones jóvenes que tratan de rajar del país como si fueran balseros cubanos y que jamás han visto que su tierra esté a la vanguardia de nada.

Se perdió una chance valiosísima de pasar al frente en el continente por algo mucho más profundo que la imbecilidad represiva de ser el primer “país libre de humo” de América Latina; se podría haber dado una señal luminosa en una región que sigue cubierta culturalmente por el manto del catolicismo que arrasó sus culturas originales y cuya maldición es tan poderosa que aún en los países con mayorías indígenas o de izquierda sus tabúes siguen vigentes. Algunas amigas argentinas me escribieron en los días de la votación, felices de que el país enano hubiera dado un paso claro y evidente en dirección a la Ilustración de la cual en algún momento fue vanguardia. Dos días después volvían a escribirme atónitas, sin entender nada. "Es como Cobos", les dije, "no es tan raro. Sólo que en este caso no sabemos bien a quién obedece. Pero tampoco es una sorpresa".

Tal vez porque en algún momento su nivel fue ejemplar en términos continentales y mundiales, se puede considerar como una de las grandes tragedias latinoamericanas la decadencia cultural de Uruguay; con su otrora excelente educación pública triturada entre una derecha que la consideró hostil -y por lo tanto digna de su estrangulación económica- y una izquierda obsesionada por controlarla y reformarla como ámbito de formación ideológica. Las señales de ese deterioro y alejamiento de una modernidad bien entendida están a la vista por todas partes; desde la incapacidad de las empresas inversoras extranjeras de encontrar técnicos bien formados hasta el deseo instantáneo de emigración de los que si lo están. O el crecimiento -lento pero seguro- de las abominables sectas evangelistas -amparadas en la "tolerancia" que les permite el uso pago de ondas públicas. O la multiplicación de personas tan ignorantes como para creer un discurso tan ridículo y burdo. O las encuestas que dan un constante márgen de popularidad a Vázquez de un 63% -muy superior al de su gobierno- sin que los encuestados puedan articular más motivos que la "hombría de bien del doctor" o su supuesto "valor" a la hora de enfrentar a los abusivos argentinos y demás enemigos de la nación. Daniela Couto titulaba a su encolerizado post sobre el veto como "Yo no quiero a mi país", un sentimiento que cada vez se extiende más entre quienes están cansados de reventarse las guampas contra el status quo de los conservadores -de ambos lados del espectro político o el poder- que siguen considerándose los más indicados para decidir sobre los ámbitos más íntimos de sus gobernados.

Ancianos ya incapaces de fecundar mujeres pero que, tal vez como suplencia simbólica, se sienten expertos autorizados para decidir sobre los úteros de mujeres jóvenes. Unos soberbios imbéciles. Una nación gobernada por cobardes, idiotas y pedantes, elegidos por imbéciles como yo y todos los que citamos esa frase de Chandler que dice que no hay peor trampa que la que uno se prepara a sí mismo, y luego comenzamos a cavar el pozo. Hasta ahora al menos.

***

(Más allá de las condiciones de deterioro cultural anotadas en los párrafos anteriores, vale la pena señalar algo que es tanto consecuencia como causa de eso: la postura de la prensa y de los opinólogos políticos. Salvando los semanarios de izquierda y la diaria, la prácticamente totalidad de los medios uruguayos se alinearon de inmediato con las fuerzas anti-legalización, reproduciendo sus discursos por todas partes -y llegando al despropósito, propio del canal de Romay, de la exhibición de filmaciones del "grito silencioso", en el noticiario de las 19.00 horas- o, como en el caso de Fasano y La República -eternamente genuflexos a la autoridad presidencial- ignorándolo todo lo posible y haciéndose los giles ante el atropello de la mayoría partidaria y la democracia. Este panorama fue apenas salpicado por tibias declaraciones televisivas de las mencionadas representantes legislativas de la izquierda y por un nulo análisis de la importancia simbólico-continental de lo que ocurría. Hoy, lunes, los medios ya relegan la noticia al pasado y los políticos apenas dan algunas muestras de resignación al ser interrogados, y todos vuelven a lo que importa: la interna partidaria y ver cómo se va a repartir la torta electoral. Esos son nuestros representantes.)


***

El FA ha tenido mi voto desde que tuve edad para entrar en un cuarto oscuro; nunca me consideré frentista, porque eso implicaría para mí una militancia que me produciría pereza y para la que nunca estuve motivado, y una identificación de la que nunca quise hacerme cargo. Pero he sido su fiel votante; los he votado a pesar de la elección de un líder al que no respetaba, los he votado aún ante la evidencia de sus pésimas administraciones municipales; los he votado obviando no sólo la inexistencia de un programa ecológico –la única causa con la que me siento realmente identificado-, sino la directa hostilidad de su gobierno con el ambiente, los he votado en contra de los intereses de clase de mi familia, perteneciente a ese estrato de profesionales universitarios que fue castigadísimo por el IRPF a pesar de que sería risible el que los consideraran parte de “los que tienen más”; los he votado ante mentiras flagrantes y estupideces inexplicables. El FA ha tenido mi voto y he sido su compañero de ruta. Pero lo acontencido los últimos días me terminó de demostrar algo que venía sospechando desde hacía un tiempo; que no me gusta hacia dónde va esa ruta y que hace tiempo que confundo convicción con simple inercia.

Hace años que vengo siendo corrido a los ponchazos con la excusa del mal menor o de los méritos parciales; no me cabe ninguna duda de que en comparación con la brutalidad y el retraso que significaron los gobiernos blancos y colorados posteriores a la dictadura, la presente administración puede anotarse varios porotos a favor, que van desde el imprescindible reestablecimiento de condiciones dignas de negociación salarial hasta el tardío pero bienvenido encarcelamiento de las bestias mayores de la dictadura. Todo bien, pero no me alcanza para olvidar y/o disculpar este ejercicio de prepotencia religiosa en un país en el que la laicidad es el último jirón de bandera que me parece digno de hacer flamear. No me alcanza porque no ignoro el valor de lo simbólico y porque si bien suelo suscribir al fin que justifica el medio, a la praxis del poder primero y los principios después, estoy harto de que me toquen los huevos sin la menor consecuencia. De ser sometido al chantaje Bullworth, aquella película en la que un candidato demócrata a la presidencia le confesaba en un insano ataque de sinceridad a unos militantes negros que él no pensaba hacer un sorete por ellos una vez que llegara a la presidencia, culminando con un “¿y ustedes qué van a hacer? ¿votar por los republicanos?”.

***

Mi principal desilusión no es con Vázquez, que como el obispo Cotugno ha sido totalmente fiel a su opinión oscurantista, sino con el grueso del partido de gobierno y su incapacidad para demostrarse como una fuerza de cambio en un tema en el que tenían un consenso total. Hay que volver a ir a los hechos; más allá de que lo hubiera anunciado o no, Vázquez vetó una ley aprobada por el 100% de sus legisladores. Un partido o fuerza política que permite la traición desde su cúpula -o cómo se le puede denominar a un dirigente que destruye un proyecto aprobado por todos sus representados- es un partido que no merece existir porque carece de razón para hacerlo y de confiabilidad mínima.

Toda la historia del ascenso de Vázquez en el FA es el resumen de todo lo que está mal en la izquierda uruguaya: un hombre intelectualmente mediocre y sin más pergaminos que su condición de doctor y de haber hecho ganar un campeonato de fútbol a un cuadro de barrio fue elegido, básicamente por su popularidad entre las mujeres militantes de cierta edad, que lo consideraban incluso atractivo físicamente, como candidato a una Intendencia de Montevideo que -ante la división del voto de la derecha entre blancos y colorados, la espantosa administración capitalina colorada y el natural crecimiento de la izquierda montevideana- era fácilmente obtenible. A pesar de que su administración como intendente fue cómo mínimo deficiente -estableció el déficit de la misma a pesar de elevar en forma notoria los impuestos municipales y repartiendo privilegios sin contrapartida de servicios dejó preparadas las bombas de tiempo que convertirían al gremio de la IMM en una máquina perfecta de chantaje-, su victoria impresionó a la mentalidad de perdedor de muchos izquierdistas, que lo consideraron su carta de triunfo, desplazando a la noble figura de Liber Seregni, el último gran hombre de la política uruguaya. A pesar de fracasar dos veces como candidato a la presidencia, el aura de ganador de Vázquez no disminuyó entre los frenteamplistas y su capacidad de acumulación de poder -simplemente recurriendo a la amenaza de abandonar su puesto- practicamente destruyó a una generación más joven de aspirantes a conductores, pero esta misma acumulación fue percibida como exclusivo factor unificador del FA, por lo que el hombre siguió adelante hasta vencer en las últimas elecciones, unas elecciones que -ante el panorama de devastación social dejado por Jorge Batlle- hubiera ganado hasta un cabezudo de carnaval en caso de ir de candidato a la presidencia, pero que muchos supuestos cerebros frenteamplistas siguieron atribuyendo al carisma de pastor evangelista de Vázquez. Lo importante era ganar y después vemos, fue el pensamiento que se impuso en la izquierda. Ahora, en ese pensamiento, ¿no había lugar para pensar en quién estaba siendo electo y qué poderes se le concedían?

Vuelvo a lo anterior, no hay sorpresas; el tema del aborto fue -como cualquier tema relacionado con las libertades- considerado menor y dejado de lado entre el cúmulo de ambiguedades voluntaristas que componían las bases programáticas, pero las veces que se lo interrogó al respecto, Vázquez fue cristalino en afirmar su oposición. Entonces, ¿por qué fue el candidato de las mujeres frenteamplistas, especialmente de las que durante la presidencia de Batlle hicieron de la legalización del aborto su principal tema de debate parlamentario? ¿Para ganar habrían elegido a un fundamentalista islámico que impusiera el velo? ¿O a alguien que les quitara el voto? ¿O que impusiera el derecho de pernada? ¿En qué estaban pensando las uruguayas primero y uruguayos después?

Posiblemente en que podían torcerle la mano, que podían vencer esa idiotez residual del buen doctor, que para él no sería un tema crucial, que era un partido democrático, que tenían un lider razonable. Se equivocaron en todo excepto en lo primero; podrían haberle torcido la mano, podrían de haberse atrevido a jugar fuerte. Pero no lo hicieron porque para los -y sobre todo las- representantes frenteamplistas este tema no fue crucial. Al fin y al cabo la carrera política es una larga carrera de deglución de sapos, en el mejor de los casos, y la maternidad no deseada tal vez no sea una prioridad para estas políticas ya aquejadas por la menopausia. O con un sueldo de legisladora que asegura un aborto en óptimas condiciones en caso de necesitarlo.

Seamos honestos; después de lo del jueves pasado el único acto digno que le quedaría a las legisladoras y ministras frenteamplistas sería el renunciar en masa al FA -gente digna como Chifflet o Sarthou lo ha hecho por mucho menos- o poner como condición de no hacerlo el levantamiento del veto. Pero eso no va a pasar, y excusas no van a faltar para que no pase.

***

No soy un legislador ni un militante frenteamplista, así que carezco de poder en esa desagradable interna. No me preocupa, porque los hechos han demostrado que los legisladores y los militantes tampoco tuvieron el menor poder en este asunto. Pero en una sociedad en la que la participación en las decisiones políticas parece limitarse al voto, y como tal ser susceptible del eterno chantaje del mal menor, tomé una decisión acerca del mío, decisión que de hecho lo convierte en voto cantado, lo que para mi intención es exactamente igual. En vista de lo ocurrido el pasado jueves y los días siguientes decidi que -sea cual sea el programa o candidato propuesto- no voy a votar al FA en las próximas elecciones.

No es una gran amenaza, supongo, pero de hecho esa es mi única arma sensible ante estos burócratas del poder, mi mísero voto, por lo cual hago pública mi simple promesa de que, no importa cuantos supeustos logros tengan en su haber, si no se aprueba la despenalización del aborto en esta legislatura, si no se encuentra una forma de levantar el veto, entonces no voy a votar al FA en las próximas elecciones, y voy a poner mi elocuencia al servicio de que otros tampoco lo hagan. Así de simple, sé que no es mucho, pero sé que cada voto cuenta, especialmente en las próximas elecciones. Pero voy a hacerlo porque ya hace muchos años que salí del San Juan Bautista y hace muchos años que no le permito a ningún chupacirios que decida mis cuestiones personales por mí. Así que ejerzo mi pequeño veto, mi vetito, que consiste en no votar gobiernos enemigos de las mujeres y amigos de las sotanas, y en no votar a partidos que permiten la traición interna o ser infiltrados por enemigos defensores del oscurantismo. Por lo que entraré al cuarto oscuro y meteré en el sobre alguna estampita de San Cono, o alguna ridiculez similar, depositaré mi voto en la urna y me haré cargo de mi decisión.

Y si alguien me la recrimina argumentando mi supuesta colaboración indirecta con las fuerzas reaccionarias, le preguntaré con tranquilidad quiénes son las fuerzas reaccionarias y donde está el progreso de las fuerzas progresistas. Y si por una de esas casualidades se descubre que una fracción de votos en blanco o cantados, provenientes de sectores indignados por la sumisión al autoritarismo demostrada los últimos días, tuvo alguna injerencia en los resultados electorales, me ofrezco para explicarle punto por punto los motivos de esa indignación a los políticos afectados, con una sonrisa en el rostro y todo el desprecio que les pueda demostrar.