miércoles, 19 de septiembre de 2007

Ooh-oo child

¿Cuántas formas hay de decir algo muy sencillo? ¿quién se acuerda de los Five Stairsteps? ¿quién se ríe de sus afros monumentales? ¿quién se quedó tarareando esa canción tan triste y luminosa que se escuchaba en Crooklyn, después de la muerte de uno de los personajes? ¿quién se acuerda de Crooklyn o de Spike Lee? ¿qué importa? ¿cuántos peinados afro retro vimos en los últimos años? ¿alguien sabe lo que significaba un peinado afro? ¿cuándo fue la última vez que te emocionó una canción soul? ¿cuál fue la última canción soul que mereció ese nombre? ¿"I Try"? ¿cual fue la última canción que habló de esperanzas sin ser una terrajada irredimible? ¿es una casualidad que "Ooh-oo child" y "People get ready" pertenezcan al mismo grupo de músicos /compositores? ¿cuántas cosas se pueden hacer o desear hacer escuchando "Ooh-oo child"? ¿cómo se dice algo con convicción pero sin evidencia? ¿cuándo se supone que dejamos de necesitar consuelo?

Ooh-oo child
Things are gonna easier
Ooh-oo child
Things'll brighter

Some day, yeah
We'll get it together and we'll get it all done
Some day
When your head is much lighter

Some day, yeah
We'll walk in the rays of a beautiful sun
Some day
When the world is much brighter

Right now, right now
(you just wait and see how things are gonna be)

Vi un capítulo extraordinario de Futurama, una serie que en muchos aspectos era mejor que Los Simpson, sobre una situación futura en la que Santa Claus no es un agradable mito color Coca-Cola sino un muy real robot psicópata que, durante la noche de navidad, sale en su trineo a matar, destruir y mutilar, causando el terror entre la gente. Después de un montón de vicisitudes, Fry, que hablaba con nostalgias del espíritu de unidad que inundaba a las familias durante las navidades en su época (es decir, en la nuestra), se da cuenta de que este Santa Claus monstruoso produce el mismo efecto de unidad, pero en base al horror no al amor. Es lo mismo que decía Borges con aquella frase tantas veces citada.

La maestra hippie de Bridge to Terabithia les canta "Ooh-oo child" a sus alumnos, también les canta "Someday" de Steve Earle, que es otra forma de decir lo mismo, solo que a uno mismo no a un tercero asustado.

Los fugaces día de calor de la semana pasada sacaron a la gente a la calle como si estuviera ocurriendo algún milagro natural. Es que fue un invierno muy largo, más largo que ninguno que yo recuerde. Está bueno caminar bajo el sol después de días como fueron los días de este invierno.

jueves, 13 de septiembre de 2007

El biombo

Parece que el tiempo se ha puesto de lado de Manuel Puig; si bien el hombre siempre tuvo sus seguidores, su orientación evidentemente gay y sus posmodernas yuxtaposiciones de folletín melodramático y nouveau roman más o menos vanguardista, le han dado una actualidad tal vez superior a la que gozaba en vida. Suele pasar, no es el primero ni el último. Pero de alguna forma Puig parece -para algunos críticos- haberse convertido en el santo patrón de toda una generación rioplatense que (supuestamente) reivindica su literatura con el mismo entusiasmo que reivindica la plástica de Andy Warhol y el tecno-pop. Se le buscan y se le encuentran herederos en cada esquina y debajo de cada boa de plumas, herederos tal vez inconscientes en muchos casos de la tradición en la que se los inscribe, haciendo en cierta forma la más burda de las búsquedas epigonales. Bueno, cada uno elige el padrino artístico que quiere y lee lo que quiere de quién quiere sin que haya, como se sabe, lecturas privilegiadas, pero tengo la sensación de que, como con casi todo el arte de la segunda mitad del siglo XX, se está consumiendo la cáscara y tirando la fruta.

¿Hay realmente alguna relación entre aquella generación creativa de jóvenes artistas homosexuales que dio a luz simultáneamente a la literatura de Puig (difícil ponerle un rótulo genérico), al teatro café-concert y a la poesía neo-barrosa con la generación actual de artistas pop multidisciplinarios, que en ocasiones parecen gay sin serlo, que en lugar de tener que ocultarse en algún paraje liberado de Brasil tienen un camino de alfombra roja hacia la televisión? Por ejemplo ha habido un consenso crítico acerca de la excelencia o por lo menos la buena calidad narrativa de la prosa de Dani Umpi, y en ese consenso el nombre de Puig ha sido citado casi en forma inexorable, pero, más allá de la orientación sexual y de los paralelismos que se pueden hacer entre los devaneos kitsch de uno y de otro, ¿existe una auténtica continuidad o herencia literaria que se continúe de la generación de Puig a la representada por el diletante de Tacuarembó y los centenares de performers-artistas plásticos-músicos de electro-clash que han parecen haber cooptado el estandart
e del arte en el Río de la Plata?

Boquitas pintadas
es mi novela argentina preferida; ni La invención de Morel, ni Los siete locos, ni (mucho menos) Respiración artificial ni la propia Rayuela (o 62, que es para mí la realmente buena) me impresionaron tanto como esta novela breve, amaracada, porteñísima y de envoltorio frívolo. Aunque no leí toda su obra, ninguno de los otros libros de Puig que cayeron en mis manos me causó un efecto parecido al de ese libro de nombre ridículo. Cuando la leí por primera vez mi conocimiento sobre el kitsch, el posmodernismo y el folletín melodramático era mínimo, y mi homofobia adolescente bastante pronunciada. Sin embargo el libro me pasó por arriba como un tren, con algo que encontré más tarde en los libros de Hubert Selby Jr., pero no en los de David Leavitt, en las películas de Wong Kar-Wai, pero no en las de Pedro Almodóvar. Y es ese algo lo que vuelve a la literatura de Puig un gran ejemplo de literatura posmoderna y no una advertencia contra la misma y su banalidad.

En La insoportable levedad del ser, el porfiadamente moderno y siempre masculino Milan Kundera dedica un capítulo a hacer algunas apreciaciones críticas sobre el kitsch y elabora una sentencia tremebunda: "el kitsch es un biombo que oculta la muerte". Más allá de que, al menos en castellano es una frase muy melodramática (y paradójicamente algo kitsch), hay algo de verdad en ella. La exageración del impacto unidimensional del kitsch y su foco exclusivo sobre la luminosidad de la vida no deja espacio para la consciencia de la muerte. El kitsch puede llenar de calaveras una cartera, pero sólo si vacía dichos cráneos de su representatividad simbólica. Pero una cosa es el kitsch inconsciente, en cierta forma moderno, que solamente pretende su consumo único y un efecto determinado, que se juega con la seriedad con la que los niños juegan o que se propone incluso como un no-kitsch, sino como una forma distinta de valorar la expresión; otra cosa es el kitsch re-procesado por la autoconsciencia posmoderna, el kitsch que se sabe kitsch y que puede ser utilizado como recurso hedonista, mediante la suspensión voluntaria y asumida de su componente de "mal gusto", o re-direccionado para que en lugar de ser un biombo se convierta en una persiana que racionalice la visión del otro lado en lugar de ocultarla. Y una tercera cosa es ese mismo kitsch autoconsciente que ni siquiera se intenta re-direccionar, sino simplemente re-aprovechar aunque no se le respete, porque simplemente es el techo de la sensibilidad del artista que hace uso de él con una guiñada pero que es incapaz de superarlo.

La generación de Puig nunca se conformó con una forma única de integrar lo kitsch a su arte, menos aún con una forma chota que lo hiciera pasar por algo más importante; no sólo era kitsch la influencia del radioteatro sobre el estilo de Puig, también lo era La m
ujer sentada, comportada (al menos en comparación con sus trabajos pánicos) historieta que Copi publicaba en revistas y diarios. Kitsch es la popular y amaneradísima grabación que hizo Néstor Perlongher de su demoledor y extenso poema Cadáveres, que aún no ha sido superado -ni siquiera por los bardos oficiales del dolor de la pérdida como Juan Gelman- como testimonio lírico del genocidio argentino.

Ninguno renegaba que su amor por el melodrama -que es una hipotrofía estética de lo emotivo- ni de ninguna forma de desmesura, ya fuera el barroco a la cubana o la frontera de lo porno, generando esas enormes masas de impacto instantáneo que constituyen la sentimentalidad del kitsch y que incluso, si uno considera al pathos como la materia prima de la contacto humano, pueden constituir una nueva dimensión de realismo. Pero en el caso de ellos estas estructuras de emociones titánicas y tal vez vacías como zeppelines, siempre tenía un brutal y explícito cable a tierra. Mierda, ¿qué otra cosa recuerdan y subrayan Boquitas pintadas y Cadáveres? Recordemos al menos una de sus estrofas.

En ese golpe bajo, en la bajez
de esa mofleta, en el disfraz
ambiguo de ese buitre, la zeta de
esas azaleas, encendidas, en esa obscuridad
Hay Cadáveres

o tal vez

En la finura de la modistilla que atara cintas do un buraco hubiere
En la delicadeza de las manos que la manicura que electriza
las uñas salitrosas, en las mismas
cutículas que ella abre, como en una toilette; en el tocador, tan
...indeciso..., que
clava preciosamente los alfiles, en las caderas de la Reina y
en los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza
que se derrumba, oui
Hay Cadáveres


Se podría argumentar que aquella era una generación depresiva, perseguida por izquierda (El beso de la mujer araña es un retrato si se quiere hasta bondadoso de la ferocidad con la que los revolucionarios setentistas rechazaron a estos artistas homosexuales) y derecha, que fue devastada por el Sida (casi todos las principales figuras de este grupo etario murieron a causa de dicho mal), que fue despreciada críticamente desde el canon hetero-comprometido, que escribía sobre Eros pero bajo el juicio implacable de Tánatos Entonces, ¿por qué tanta alegría? ¿por qué nos divierte tanto El uruguayo de Copi, o los largos fragmentos cursi-humorísticos de Puig? ¿por qué tantos de ellos eran más que nada comediantes? ¿No será simplemente que no se consideraba una cosa excluyente de la otra, que la diversión y el festejo vital no tenía por qué ser un puto biombo? En 1982, en plena Guerra de las Malvinas, Perlongher le metía un dedo largo al culo de la cultura argentina y escribía su artículo Todo el poder a Lady Di, en el que señalaba implacable que "en medio de tanta insensatez, la salida más elegante es el humor". Y sin embargo nunca reclamaron el ser los payasos de la fiesta. Porque no veían ninguna fiesta.

Tal vez todo esto que estoy escribiendo sea solamente una declaración de molestia ante la desmedida avalancha de elogios
recibida por la apenas correcta literatura romántica de Dani Umpi y el consenso en considerar propuestas de pop razonablemente bien producido como Miranda! como si fuera la luz al final del tunel, pero es algo más que la simple protesta por una exageración. Quiero decir, la opción por la frivolidad de corte casi escapista como respuesta a un entorno cultural aquejado por la seriedad y la reivindicación de los simples estímulos populares ante la imposición de los grandes totems del arte adusto, me parece -como todas las rebeldías- válida. Pero en la actualidad la frivolidad se rebela contra la frivolidad, la levedad contra la levedad, y el mal gusto contra el mal gusto; no hay ningún juego de oposiciones más allá de las simples y ya integradas diferenciaciones de preferencias sexuales. No hay una cultura amarga, opresiva y omnipresente contra la que rebelarse en nombre del glamour, apenas algunas estructuras y conceptos residuales, despreciados por cualquiera que haya seguido leyendo durante los últimos 20 años. Y ese cualquiera, si tiene una cierta honestidad intelectual, puede fácilmente discernir que ciertos lugares en la literatura actual han sido ganados en base a méritos de presentación, no cualitativos. Y que la degradación es tal que hoy en día se festeja la mera corrección gramática y la fluidez narrativa como si fueran triunfos expresivos.

Hubo sí herederos/sobrevivientes decentes de aquella generación de valientes terroristas, gente como el chileno Lemebel o el uruguayo Urdapilleta, cuyas obras si bien no han sido ignoradas no han podido integrarse a esta nueva corriente de literatura y arte neopop. En el fondo es lógico, porque aunque se ponga el énfasis en lo genérico y en el discurso de minoría, el principal valor del nuevo kitsch es su actualidad estridente. Y las diferencias son esenciales, mucho más que las similitudes, es el mismo tipo de diferencia que hay entre los Sex Pistols y Blink 182, es decir, diferencias medulares, diferencias que tienen que ver con lo que hay detrás del biombo. Si es que hay algo más allá de un poster del propio biombo.