viernes, 28 de diciembre de 2007

Euzkalerría, los iroqueses y un montón de caca así de grande

Leo un texto del escritor, periodista y jerarca municipal Fernando Butazzoni en la contratapa del semanario Voces del Frente. En el mismo Butazzoni narra la historia de una tribu india iroquesa que avecinándose un crudo invierno en 1689, solicitó refugio en un poblado llamado Ann Arundel Town. Los habitantes de dicho pueblo le negaron el asilo a los indios, lo que produjo la muerte de muchos durante aquel cruel invierno y ahondó una brecha irreparable entre los iroqueses y los blancos.

A continuación Butazzoni hace un violento viaje en el tiempo para comparar aquella tragedia con una de menores proporciones; a comienzos de este mes el Ministerio de Vivienda decidió "relocalizar" a 19 familias de un asentamiento ilegal de Comercio y Pernas, e instalarlos durante dos años en el complejo habitacional de Euzkalerría. De inmediato los vecinos del Euzkalerría se reunieron para detener la medida del Ministerio, aduciendo -según Butazzoni, que llena de asombrados "sic" las citas de frases perfectamente comprensibles y bien redactadas- que esas familias tienen "costumbres muy, muy distintas", que "manejan otros códigos" y que tienen "falta de hábito de trabajo legal". Lo cual sostenían que iba a alterar el delicado equilibrio social de estos enormes complejos habitacionales. Movilizados, los vecinos amenazaron con dejar de pagar sus cuotas al BHU.

Butazzoni se enoja mucho y compara esta actitud con la de los que mandaron al muere a los indios iroqueses, pero a pesar de lo exagerado de la comparación, el escritor plantea la misma en forma desfavorable para los vecinos del Euzkalerría, ya que mientras los colonizadores habían sido brutalmente francos acerca de su desagrado por los indios, "a los vecinos de asentamiento de Pernas y comercio los han inundado con circunloquios y trampas retóricas, izquierda mental, derecha espiritual". Luego los trata de insolidarios y metonímicamente los convierte en una muestra de la fractura del tejido social, etc, culmina razonando que, ahora que las cosas empiezan a ir bien en el país (...) y que la reforma tributaria "abrió de prepo nuestros bolsillos", es hora de "abrir los corazones" para que "episodios como el de Euzkalerría, que nos denigran a todos como sociedad, no ocurran más".

Ahora vamos a dejar de lado la injusticia fundamental de que -mientras los habitantes del Euzkalerría pagan religiosamente (bueno, los que lo hagan) sus cuotas del BHU por su pertenencia a ese otrora modélico complejo- el Ministerio de Vivienda decida regalarle el acceso al mismo a un número de familias que el mismo Estado decidió desplazar desde su asentamiento original. Dejemos de lado el que no se puede acusar a una comunidad de falta de solidaridad por reaccionar ante una medida que ella no decidió y que fue negociada sin consulta. Dejemos de lado el que "solidaridad obligatoria" es un oxímoron. Dejemos de lado la depreciación inmediata de las propiedades que eso significaría (ay, sí, lo material, qué cosa), algo que maldita la gracia que le debe hacer a quienes vienen pagandolas desde hace años y que no son precisamente parte de los dueños del Uruguay. Dejemos de lado el que por mucho que se indigne Butazzoni las diferencias culturales esenciales entre la clase media-baja, o la clase trabajadora en general, y los desclasados próximos a la indigencia de los asentamientos es real y no un prejuicio alimentado por los ideólogos malos del capitalismo. Dejemos de lado que los motivos enumerados por los habitantes del Euzkalerría no son eufemismos que oculten prejuicios de clase sino que son hechos bastante objetivos. Dejemos de lado el que si hay un clasismo violento es el de las autoridades que creen que, como ganan poco, los trabajadores habitantes del Euzkalerría son idénticos a los de un asentamiento, mientras que a nadie se le hubiera ocurrido siquiera relocalizar a esas familias en alguno de los edificios estatales al pedo en un barrio más burgués. Dejemos de lado el eterno maniqueísmo infantil de pobres buenos, vecinos malos. Dejemos de lado la pregunta obvia de si el enojado Butazzoni vive por casualidad en el Euzkalerría, condición sine qua non para opinar con semejante autoridad moral. Dejemos de lado a Butazzoni. Dejemos de lado el voluntarismo, el pensamiento rousseauniano, la demagogia y la generosidad solidaria con lo que no es de uno, y preguntemos simplemente: ¿quién fue el genio al que se le ocurrió relocalizar familias de un asentamiento justo, justo, justo en el Euzkalerría? Aún sabiendo que dicho ministerio tiene luminarias como Mariano Arana y Jaime Igorra a la cabeza, me sigue pareciendo un chiste de mal gusto.

Me explico para los desmemoriados; el complejo Euzkalerría 70, habitado por alrededor de 1.400 familias de trabajadores de clase media-baja en su gran mayoría, convive, calle de por medio, con un asentamiento particularmente violento -uno de los siete de la zona-, ubicado en los alrededores de la Facultad de Ciencias, que se convirtió en un centro de rapiñas y arrebatos cuyas principales víctimas son las mujeres del complejo. El nivel de delincuencia llegó a tales grados que los almacenes de la zona instauraron un servicio de custodia para que las amas de casa pudieran hacer las compras sin ser asaltadas en el camino.

Como si esto no fuera motivo de tensión, hace apenas tres años, un policía que prestaba el servicio 222 en el complejo -pagado los vecinos del Euzkalerría justamente por el aumento de los delitos en la zona- enloqueció por las bromas de un grupo de adolescentes del complejo y abrió fuego contra los mismos, matando a un muchacho, Santiago Yerle de 18 años, e hiriendo a otros cinco. La atrocidad produjo una reacción inmediata de los vecinos, que salieron en masa a protestar contra la policía, pero también la de los habitantes del asentamiento, que, aprovechando que la indignación de los vecinos había hecho retirarse a la policía, cruzaron la calle para saquear los comercios y garages del complejo, asaltando de paso a varios vecinos al grito, según testimonios recabados por los boletines del PVP (no precisamente una fuente portavoz de la derecha o la mano dura), de "Vamos a robar todo, a ver quién nos para". Hubieron 300 llamadas del Euzkalerría 70 al 911, que no las contestó, y al otro día el complejo amaneció con uno de sus muchachos muertos, varios baleados y, como si fuera poco el dolor de esta muerte absurda, con sus escasas pertenencias robadas y su entorno vandalizado en honor a la oportunidad generada.

Es decir, no debe haber comunidad montevideana más sensibilizada negativamente -con mucha razón o con poca, pero no sin razones- hacia los asentamientos que los habitantes del Euzkalerría. ¿Y qué se le ocurre al Ministerio de Vivienda? Instalar a 20 familias de extracción similar en medio del complejo. Genial, ¿por qué no un monumento a Rampla en el Tróccoli, ya que estamos?

No quiero tomar partido definitivo en estas cosas, ante la tan mentada fractura social podemos discutir horas sobre que vino primero, si la gallina o el huevo, y no llegar a nada, pero el asunto es que la misma existe y hay medidas de largo y corto plazo para subsanarla. El voluntarismo y la fe en la condición humana no son precisamente condición esencial para las mismas y la reducción de los fenómenos de violencia al hambre es una simplificación tan criminal como los hechos mismos que producen esa fractura. No hay problemas con soñar con mundos mejores, siempre y cuando durante la vigilia se recuerde que estamos en este.

En su nota Butazzoni enumera las terribles e innegables condiciones que se viven en los asentamientos -ratas, piojos, basura, dentaduras destartaladas, ignorancia- y recuerda que estos marginados no son bienvenidos en la mayoría de los otros barrios. "Ellos tienen amplios territorios que les están vedados, barrios en los que no se aventuran, calles por las que nunca han pasado siquiera". Es verdad, sin dudas. Pero Butazzoni, como parte de la IMM debería -antes de aplaudir la disposición arbitraria de comunidades ajenas- hacer las cuentas de cuántas viviendas podría haber aportado la intendencia con los millones de dólares que dejó evaporarse de las arcas de los casinos, o con los más numerosos aún que pasaron a los bolsillos de los funcionarios de ADEOM a causa de los horrores contractuales de la administración frenteamplista. Y debería, sobre todo, dar vuelta el telescopio y recordar también que no solo los marginados tienen espacios vedados, que hay otras zonas prohibidas para la mayoría de los montevideanos cuya transgresión no se paga con el desprecio o la mueca clasista sino muchas veces con las pertenencias más queridas o con la propia vida. Como las calles que rodean al complejo Euzkalerría, convertidas en territorio apache para todas las mujeres, los ancianos y los trabajadores que alguna vez soñaron en vivir en paz en una comunidad colectiva, bajo sus propias reglas.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Ego sum qui sum

En el extraviado programa conducido por Nacho Álvarez, Pan y Circo, se invitó -ante la ausencia de Gustavo Escanlar- al popular empresario y estrella radial conocido como Orlando Pettinati. En un momento de diálogo semi-casual se dio un momento fascinante de inmodestia de parte de Pettinati, hombre al que hay que reconocerle que se caga olímpicamente en los protocolos de humildad que supuestamente se exigen a los uruguayos notorios: Álvarez le preguntó qué edad tenía, a lo que Pettinati le contestó que 39; entonces Álvarez le comentó que recientemente, conversando con Gabriel Peluffo -cantante de los Buitres- le había preguntado al rocker (de edad similar a la de Pettinati) si no estaba ya pensando en "dar un paso adelante", es decir, retirarse de su actividad performática, a lo que al parecer Peluffo le habría contestado que sí, que lo estaba considerando. Al ser interrogado sobre si haría lo mismo o si seguiría con su actividad de conductor radial, Pettinati dijo que bueno, que mientras disfrutara de hacerlo y siguiera teniendo éxito en la radio y la televisión (omitió elegantemente el hecho de que nunca tuvo éxito en televisión), ¿por qué dejar de hacerlo? Y entonces agregó algo así como "porque vos se lo preguntaste a Peluffo... pero, ¡andá a preguntarle a Mick Jagger a ver si tiene que seguir cantando o no!". La implicancia estaba clara: Pettinati no es un Peluffo, es un Mick Jagger.

No es ni el primer ni el mayor exabrupto de ego de Freddy Nieuchowicz (a quién seguiremos denominando como "Pettinati" por motivos obvios de complejidad en el tipeo); hace un par de años recuerdo haber comentado en otro blog un reportaje en el que el hombre concluía diciendo que todos los que lo criticaban lo hacían porque hubieran deseado tener un programa como Malos Pensamientos. Recuerdo haber escrito que yo habría preferido ser castrado a dentelladas por ratas de puerto antes que ser responsable de semejante basura auditiva y que eso pese sobre mi karma, pero he descubierto con el tiempo que el hombre ya no me irrita como antes, sino que simplemente me entristece. No por lo equivocado que pueda estar en su montaña de ego y mugre moral, sino por lo que tiene de razón.

Este año culmina el ciclo de Justicia Infinita, programa que tuvo no pocos momentos brillantes y que ostenta el raro privilegio de haberle ganado, durante un mes o algo así, en audiencia a Pettinati quién viene dominando los diales uruguayos desde hace más de una década. De hecho lo sigue haciendo ahora, que se supone está en decadencia, y tiene récords totalmente absurdos como haber superado al público radial de la llegada del hombre a la Luna y cosas así. Así, el triunfo eventual de Justicia Infinita fue breve y a costa de un esfuerzo creativo intenso, en contraposición del programa de Pettinati, que conservó buena parte de su audiencia aún siendo hecho de taquito, gracias al considerable talento de su conductor para captar el mínimo común denominador de los uruguayos.

Hace poco tuve una experiencia que no tenía desde hacía diez años -cuando mi ida en ómnibus al trabajo coincidía exactamente con el horario de Malos Pensamientos, por lo que los conductores me obligaban a escucharlo diariamente (motivo por el cual me costaba no esbozar una sonrisa cuando me enteraba que habían matado a alguno en una rapiña)-, al subir en la tarde a uno de estos transportes públicos y escuchar, durante unos cuarenta minutos al programa en cuestión. Descubrí que no había cambiado para nada excepto por dos cosas presentes en los segmentos más o menos informativos: una posición crítica hacia las medidas de gobierno y varias profundas demostraciones de xenofobia anti-argentina. El hombre sigue sabiendo hacia donde sopla el viento.

También vi un par de veces Mundo Cruel, su programa televisivo, que me produjo dos efectos extraños; por un lado el sentirme absolutamente alienado de un chiste -o mejor dicho de una serie de ellos-, como si los estuvieran diciendo en otro idioma incomprensible, o más exactamente, como cuando uno lisa y llanamente no entiende un chiste. No la dinámica reconocible del chiste malo sino la totalmente desconocida, como si uno viera a un orate muerto de la risa frente a un cartel de tráfico. El otro efecto fue anular absolutamente mi pulsión de líbido hacia Patricia Wolf, que hasta ver Mundo Cruel me parecía una mujer extraordinariamente sexy.

Ultimamente me siento un poco desanimado en relación a la cultura general uruguaya, y no es que haya sido un gran optimista al respecto. Veo por un lado una fenomenal explosión de creatividad entre gente que promedia la veintena de años, acercándose a los treinta, pero en lugar de entusiasmarme esa energía no puedo evitar percibir la carencia absoluta de impacto cultural que tienen esos esfuerzos, perdidos en el ninguneo de los operadores de mercado y del que debería ser su público. Por otro lado también veo una monumental degradación de la opinión pública, del mínimo de sinapsis requerido para no comprar un buzón del tamaño de una procesadora de celulosa todos los días; de hecho adquirí una costumbre morbosa y deprimente, que es la de leer los comentarios de los lectores de Montevideo.comm, el portal más leído de Uruguay y, más allá de que habitualmente los foros públicos suelen ser cooptados por los lectores más imbéciles, el nivel habitual es el de un mono lleno de pelotillas e incapaz de administrar o elaborar ni una minúscula parte de la información que recibe. Y estamos hablando de gente que, como mínimo, sabe manejar una computadora e Internet.

Orlando Pettinati tiene motivos de que enorgullecerse más allá de sus ridículos récords de audiencia y tiene su lugar en la Historia; no por su producto, que va a ser piadosamente olvidado apenas el gusto popular se mueva ligeramente, sino como el símbolo de un tiempo oscuro en el que las máquinas de entretener descubrieron, como el Viejo de la Montaña, que todo está permitido y que una población degradada culturalmente y que ha perdido la capacidad de reacción negativa hacia las causas de esa degradación es más previsible -y más fácil de dominar- que aquellos perros babosos de Pavlov. Pettinati ha tenido la rara cualidad de ser un termómetro de precisión del inconsciente montevideano medio, de ese ciudadano feo e imbécil que vive en una ciudad que no se merece, cagando encima del legado de hombres mejores. Como un buen termómetro ha dado la temperatura exacta de la enfermedad, escrita en mercurio, debajo de un vidrio que, evidentemente no ha sido lavado. Y bueno, todos sabemos dónde se mete un termómetro para poder registrar algo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La maldición de los cretinos

En la foto están tres personajes esenciales para la historia del punk y del arte contemporáneo en general. Ninguno de ellos tocó jamás un instrumento ni compuso una canción, que se sepa al menos; el de la izquierda es Arturo Vega, un artista plástico obsesionado con el pop art y las svásticas; en el centro está Linda Stein, ex esposa del dueño de Sire Records, Seymour Stein, y reconocida como una de las principales agentes inmobiliarias de New York; a la derecha está Danny Fields, escritor y descubridor de talentos del sello Elektra, responsable de que el mismo fichara y editara a The Doors, MC5 y The Stooges entre otros. Además de ser amigos entre sí y del legendario fotógrafo Bob Gruen, quién tomó esta foto, los tres tienen otra cosa en común y es la relación -como ilustrador en el caso de Vega, como managers en los de Stein y Fields- con la más desgraciada banda de la historia del rock'n'roll: The Ramones.

Hay algo de mala suerte -un porteño diría yeta- en las bandas de New York; siendo - o habiendo sido- una ciudad con una actividad artística superior a otras metrópolis anglosajonas como Londres, Los Angeles o Manchester, la cantidad de rockeros exitosos provenientes de la Gran Manzana es proporcionalmente muy baja, y la cantidad de formaciones fundamentales pero ninguneadas o ignoradas altísima. Hay excepciones como Kiss, Blondie, los Beastie Boys o los Talking Heads, pero desde que Velvet Underground inauguró en los 60 esta suerte de tradición de hermosos fracasos (en el sentido comercial, no artístico, por si hace falta aclararlo) que parecían destinados a conquistar el mundo y apenas llegaron al premio consuelo de ser "artistas de culto", es asombrosa: The Fugs, New York Dolls, Suicide, Television, Richard Hell, The Dictators, Wayne County, Dead Boys (originales de Cleveland pero instalados en la city), Theoretical Girls, Cro-Mags, James Chance, Bad Brains (de Washington DC pero en su mejor momento residían en NY), D-Generation, Bongwater, Alice Donut, Arto Lindsay,Lunachicks, The Frogs, Unsane, Versus, Toilet Boys, The Voluptuous Horror of Karen Black... todos artistas prestigiosos e influyentes, pero en términos comerciales desastrosos o irrelevantes en relación a las expectativas despertadas. ¿Por qué L7 sí y Lunachicks no? ¿o por qué Ween sí y The Frogs no? ¿Aerosmith y no los New York Dolls? Hay como una maldición; recuerdo ver a los Toilet Boys en el Bowery Ballroom y, sin que fueran mi ideal de banda, pensar "estos monos van a ser inevitables en los próximos años", y casi diez años después no pasó absolutamente nada con ellos mientras que bandas muy similares de lugares tan apartados del mercado como Escandinavia se han vuelto masivas... Pero ninguna de estas bandas fue un fracaso tan fulminante, destructivo y excesivo como The Ramones.

Más de un lector va a saltar a putear y a preguntarme cómo puede ser un fracaso una banda que era mundialmente conocida incluso antes de los días del sharing y con la que están familiarizado todo el mundo, pero estoy hablando en términos relativos: por supuesto que DNA fue una banda mucho menos conocida que The Ramones -y mucho más inviable en lo económico-, pero ni el mayor de los defensores de la no wave puede sostener que esto era ilógico. En cambio si hay un consenso en cada una de las declaraciones referidas a los Ramones de los privilegiados testigos de sus primeros recitales en el CBGB; todos hablan de su deslumbramiento y de la sensación de haber sido expuestos a algo absolutamente nuevo y absolutamente reconocible a la vez. Todos los que vieron a The Ramones en el CBGB a mediados de los 70 quedaron convencidos de haber vivido una experiencia similar a la de quienes fueron a ver en los 60 a cuatro melenudos que tocaban en el Cavern Club de Liverpool. Pero eso nunca sucedió; lo tenían todo para ser masivos y nunca llegaron a arañar siquiera la popularidad de bandas inferiores y olvidadas como los Bay City Rollers o The Sweet. ¿Qué a diferencia de Rancid van a seguir siendo escuchados y admirados dentro de 50 años? Sin dudas, pero eso no hace a su historia menos triste.

El desolador documental End of the Century y la autobiografía de Dee Dee, Poison Heart, son tal vez los mejores testimonios de esta derrota; uno puede ver como cada disco de la banda es editado recurriendo a los mejores productores disponibles, el mejor plan de lanzamiento o relanzamiento, la gira promocional más agotadora... y los resultados, en el mejor de los casos, son apenas medianos. Soportaron quince años de giras con algunos de los principales integrantes de la banda sin hablarse a causa de un serio problema personal, hicieron decenas de videos... hasta películas hicieron (Rock'n'Roll Highschool) sin que pasara realmente nada. Y no es, por supuesto que fueran los Flipper o alguna propuesta innacesible o autosaboteada; los Ramones hacían todo lo necesario, obedecían todos los consejos de sus managers y sus compañías, tocaban una y otra vez sus "hits", y nada. Tal vez se les notaba el que, debajo de su imagen algo cándida, era una banda singularmente negativa y autodestructiva. Es desolador en el End of the Century que recién al llegar a Argentina se encuentran con un estadio lleno de gente esperando verlos, cuando ya hacía mucho tiempo que había pasado su mejor cuarto de hora, o cuando ante el ascenso de Nirvana tienen un estallido de optimismo, convencidos de que EE.UU. finalmente se ponía en su sintonía. No fue así, y ahí tiraron la toalla. En menos de ocho años sus tres integrantes principales estaban muertos por distintas razones y siendo todos apenas cincuentones. Su disco más vendido, la recopilación Ramonesmania (un nombre de lo más irónico), apenas llegó a ser disco de oro; los Green Day, que en la ceremonia en la que los Ramones fueron ingresados al Rock'n'Roll Hall of Fame tocaron en honor a su influencia 'Blitzkrieg Bop' y 'Teenage Lobotomy' vendieron 18 veces más que el Ramonesmania con su disco no-recopilatorio Dookie. Todo esto es sabido, pero vale la pena recordarlo.

Porque es inevitable pensar que su maldición, que a la inversa de Spinal Tap afecta a todos los relacionados con la banda menos a los bateros, sigue intacta. La mujer de la foto, Linda Stein, fue encontrada asesinada en su apartamento de Manhattan la semana pasada, con el cráneo aplastado por un objeto contundente. Una mujer que era maestra cuando se casó con el ambicioso Seymour Stein (un legendario empresario discográfico al que está dedicada una canción de Belle & Sebastian con su nombre), con quién compartían un gran amor por el rock y con quién asistieron al surgimiento de una generación excepcionalmente brillante -esa criada en el Max's Kansas City y el CBGB- y a la que apostaron comercialmente. Linda en particular fue manager durante un tiempo de la más promisoria de todas estas bandas, adivinen cual, y se recuerda como esta mujer -tan parecida a las caricaturas de judías neoyorquinas que hace Woody Allen- mandó a cagar varias veces al eternamente quejoso Johnny Ramone, un tipo tan limitado que vivía protestando por la comida extranjera cuando estaban de gira en Europa. Después de divorciarse de Stein, Linda se dedicó a los negocios inmobiliarios, haciendo toda la guita que no había conseguido con los Ramones vendiéndole casas de lujo a las estrellas de cine.

Pero uno la recuerda más que nada por sus intervenciones en el testimonial y emotivo libro sobre el punk neoyorquino Please Kill Me de Legs McNeil, donde con singular desvergüenza habla sobre sus encuentros eróticos con Dee Dee, quién al parecer también atendía a su marido (eran tiempos muy liberales los 70). Curiosamente lo mejor del libro -sin contar a la maravillosa Bebe Buell, que es un capítulo (y un post) aparte- las declaraciones de los tres personajes presentes en la foto son, posiblemente, lo mejor del libro (Danny Fields, en particular, es una de esas personas que cada cosa que dicen arroja un rayo de luz que realza o desmitifica a alguna leyenda). No es de extrañarse, porque se trata de gente culta evocando su tiempo y papel en el centro de un momento cultural clave y divertidísimo, un privilegio histórico. Los Ramones fueron para Linda Stein un fracaso económico, sin embargo en todas sus necrológicas se destacaba más este rol que su rol de millonaria inmobiliaria y figura de la alta farándula neoyorquina. Y en sus declaraciones reproducidas -y plagadas de la palabra "fuck" que tenía como muletilla- ella siempre evoca esos tiempos como los mejores de su vida. No hay por qué no creerle, no hay por qué no creer que un puesto de capitán en una revolución cultural en las alcantarillas no haya sido más excitante que estar envejeciendo en un penthouse.

Vi una foto de Mick Jones y de Tony James el otro día; están hechos unos señorones pelados y maduros. Los punks se están haciendo viejitos, un mundo se prepara para la despedida que llega siempre pegada a la respetabilidad. Está creciendo una generación de abuelos punk; hasta los vándalos de principios de los noventas tienen sus canas y sus calvas. Vean las fotos actuales de Dinosaur Jr. Y luego escuchen su disco hasta que toda la música joven contemporánea pierda sentido.

Pero el asunto es solamente dar registro de otra pieza del misterio ramonero que desaparece prematuramente -como Hilly Krystal, como el CBGB-, parte de un universo que uno, vaya a saber por qué fenómeno empático, considera como familiar. Gente que quiso conquistar el mundo, beautiful losers de un tiempo en que ambos términos no eran incompatibles.

viernes, 26 de octubre de 2007

Luchando contra el Capital (tres momentos)

Ingresé al mercado laboral en la década de los 90 y en el ámbito privado; allí, entre la flexibilización laboral, el salario como única variable de ajuste (hacia abajo) y la desprotección metódica de los representantes gremiales, me convencí de dos cosas: en los conflictos laborales los trabajadores siempre tienen la razón y los patrones sólo razonan si los agarrás de los huevos.

Quince años después mi opinión se ha matizado mucho, aunque en el fondo sigue siendo bastante parecida. Dónde más ha cambiado es en el ámbito público, donde la confusión entre lo propio, lo ajeno y lo de todos está llegando a niveles de delirio asombrosos. En lugar de ponerme a arengar, reproduzco tres momentos de la semana pasada.

* En un diálogo que aparentemente terminó a las piñas entre un dirigente de ADEOM y la dirigencia del PIT-CNT; el primero se burló de un sindicalista, ex integrante del PVP y antiguo torturado en Automotoras Orletti, recriminándole que a pesar de sus antecedentes "ahora trabajaba para la patronal". Aún más que la grosería, lo que sorprende es la terminología, la misma que usan los representantes de ADEOM en su espacio de los domingos en CX 36: "la patronal quiere", "este gremio no se va a doblegar ante la patronal". Y yo espero y espero que alguien, cualquier persona, pueda superar el brote esquizoide que hace aceptar esta denominación y explique qué es la patronal de una intendencia electa por voto popular.

* El gremio de estudiantes del IAVA, una denominación más o menos igual de fantasiosa que "los campeones de la justicia", decidió que era hora de jugar un poco al Mayo Francés y ocupar el liceo sumándose al embrión de conflicto que los profesores de secundaria están armando ante el preproyecto de reforma en la educación, en el cual el simpático gremio de los profesores -dominado aún por los mismos que a principios de esta administración proponían el linchamiento de todos los educadores que hubieran participado en la reforma de Rama, los mismos que consideran que un promedio de faltas del 20%, una de cada cinco clases, es aceptable- al parecer no tendrían derecho de pernada y no podrían hacerla a su medida. El gremio (de estudiantes) hizo lo posible para votar por la ocupación en forma fragmentada, en asambleas más fáciles de dominar y alterar -como en el caso bastante bochornoso del Dámaso-, haciendo hincapié en lo importante que era "hacer una demostración de fuerza", pero el grueso de los alumnos no se dejó embatatar e hicieron una asamblea general en la que quedó en evidencia acalambrante la enorme mayoría que tenían los que no querían perder clases al pedo en período de examen y los que querían un poco de cámara. Estos últimos se enojaron, recibieron algún castañazo, y terminaron haciendo catársis pegándole a los ómnibus en 18 de Julio.

Entrevistado a la salida de la asamblea acerca de los motivos por los cuales querían ocupar el liceo -es decir, un edificio público-, uno de los dirigentes del gremio lo dejó claro: "Estamos pidiendo el 6% de prespuesto para la educación (en octubre) y queremos... eh, que pare esta política neoliberal". Ah, con razón estaba temblando China.

* El ala pública de AEBU decidió que ellos no tienen por qué sufrir la pérdida salarial que la reforma de la salud y el IRPF le va a significar a todos los demás trabajadores uruguayos, y que la sociedad uruguaya tiene que absorber una serie de aumentos de sueldos que le compensen a los bancarios los costos que les implica estos impuestos universales. Así que en una curiosa asamblea decidieron ponerse duros y declarar como indeseables a todos los integrantes del sindicato que tuvieran alguna relación con el partido de gobierno. Un recurso con el que jamás siquiera habían amenazado en los días de los blancos y los colorados. A alguien se le ocurrió señalarlo y Hugo Pío, de la lista 810 hizo pata ancha y dijo "¿Si hubiera un gobierno blanco o colorado qué hubiéramos hecho? Prenderíamos fuego los bancos", llamando luego a "no darle la paz" al gobierno, es decir, al actual, el que prácticamente ya recuperó la pérdida salarial de los empleados públicos.

Qué raro, no recuerdo a Hugo Pío incendiando bancos en la debacle del 2002. Pero ustedes saben, a veces fumo porro y eso le hace mucho mal a la memoria.

Esta es nuestra República, esto es el Estado, estos son nuestros empleados y nuestros hombres del futuro. A estos tenemos que defender de los dueños de camionetas con pegotines de "Achiquen el Estado".

lunes, 8 de octubre de 2007

Paren las rotativas: volvió la bestia

El señor David Yow, claro está.

So since the surgery, how's that ghost limb

Hey man, say man have you been rubbin' your nub
Por favor
De no sacar los manos, de no sacar los manos
Fuera de la ventana
So cuenta es muchas dinero lo siento
But I have got to hand it to you, you're taking this extremely well
Ah rub it on me, rub it on me Duane
So since the surgery, how's that ghost limb
Hey man, say man have you been rubbin' your nub

(
Nub)


El último campeón

Me alegró el día

lunes, 1 de octubre de 2007

La sociedad médica (parte I)

"Bender tienes muy mala cara, como tu doctor te recomiendo usar maquillaje"

Doctor Zoydberg, Futurama

***

Este es un largo post lleno de preguntas retóricas. Y es sólo la primer mitad del mismo. Nadie está obligado a leerlo, por supuesto. Solamente me voy a hacer algunas preguntas acerca de la medicina, porque es algo que me preocupa ultimamente.

***

Primero habría que preguntar qué es la salud. Cuando aún no había cumplido los 40 años, el maravilloso Boris Vian recibió un diagnóstico terrible: su delicada condición cardíaca le exigía cambiar radicalmente su forma de vida. Tenía que dejar de tocar la trompeta, de salir de noche hasta Saint-Germain-des-Prés, de fumar, de hacer todas las cosas que le gustaban hacer a su, en realidad bastante moderado, corazón de bohemio. Vian amaba la vida por lo que cumplió muchas de las recomendaciones de su médico, pero no las que alteraban en forma radical su forma de vida y las cosas que amaba. Por lo que siguió tocando la trompeta y haciendo muchas de estas cosas, y se murió, enojado, mientras veía en el cine la adaptación de su novela Escupiré sobre vuestras tumbas.

Siempre me pareció una forma honesta de morir; tal vez de haber seguido los consejos de sus doctores, Vian habría vivido 20 años más -y tal vez habría escrito cuatro libros tan buenos como La espuma de los días-, pero Vian decidió comprar varias noches de jazz y alegría al precio de 20 años de vida. Tal vez un precio muy caro, pero en todo caso No se considera -y está bien que así sea- a Vian como un existencialista, pero esta propia decisión de vida/muerte es en cierta forma una lección existencial que responde a la pregunta crucial de Camus, aquella de que no hay otro problema filosófico que el de decidir si la vida merece vivirse.

Ahora, si uno decidió vivir y si uno decidió tratar de mantenerse lo más saludable posible durante la mayor cantidad de tiempo posible, entonces uno tiene que tratar con los guardianes de la salud y con la gente educada en la preservación y reparación del cuerpo humano, es decir, los médicos y demás trabajadores de la salud.

***

Desde que hasta las alteraciones anímicas o la belleza pasaron a ser terreno modificable por la química o la cirugía, las distintas ramas de la industria farmaceútica y sus distintos empleados se han extendido por todos los planos de la sociedad moderna, generando una de las mayores usinas de capital del mundo y, lógicamente, uno de sus mayores lobbies de presión. Hasta las enormes economías de Brasil y Sudáfrica, países en los que el Sida se come personas como la langosta come sembrados, han colisionado con estos lobbies a la hora de intentar sustituir a los carísimos fármacos que sirven (aunque no lo curan) para combatir dicho mal. La industria farmaceútica es tan poderosa como la armamentista, pero en el imaginario popular es considerada como buena. Existe para mejorar nuestras expectativas de demora de la muerte, y todos estamos de acuerdo en pagar tal o cual ticket a beneficio de la misma.

Y esta industria tiene su marketing y sus promotores, y ellos, como los vendedores de comida chatarra, han descubierto que la mayor parte del consumo y el gasto de un hogar se hace en función de los integrantes más chicos, los menores, de cada familia. Tal vez esa sea la razón por la que día a día sube el porcentaje de niños medicados con reguladores del ánimo, del sueño, del apetito. ¿Está el niño triste porque sus padres se están divorciando? Pastilla. ¿Rompe los huevos el niño porque ha sido bendecido con la curiosidad y una excepcional energía vital? Pastilla. ¿Tiene la capacidad el niño de dormir menos horas que sus padres y disfrutar de un par de horas más de vigilia diaria? Pastilla. ¿No se parece el niño a los otros niños? ¿Incomoda? ¿no se adapta? Pastilla, pastilla y pastilla.

Pero cuando le preguntás al padre por qué mierda acepta generar una relación de dependencia química en su hijo cuando este ni siquiera entiende qué es la química, cuando le decís cómo puede colaborar en que un niño crezca teniendo miedo de sí mismo y de lo que siente, considerando los cambios como enfermedades, ese padre, indefectiblemente, va a señalar a un médico, el gran discernidor entre la salud y la enfermedad, entre el bien y el mal.

***

No importa cuántos Mengeles, cuántos doctores al pie de la mesa de tortura dando el ok para que siga el tormento, cuántos ayudando a crear sustancias destinadas a destruir y no a sanar el cuerpo humano, ni cuántos otros canallas con estetoscopio se amontonen en la Historia, la percepción general de la totalidad de las sociedades humanas con respecto a la profesión de la medicina, siempre será excepcionalmente buena. El médico tiene el oficio casi sacro de cuidar del cuerpo humano desde que ayuda a traerlo al mundo hasta que lo declara definitivamente vacío de espíritu, y no hay tarea más identificable con la filantropía que la de ellos.

Es por eso que sus figuras misteriosas eran las únicas capaces de rivalizar en influencia con los reyes guerreros en las primeras aldeas, es por eso que la cruz roja sobre fondo blanco sigue siendo un salvoconducto -no siempre respetado, claro está- para atravesar el campo de batalla donde todos los hombres de otras profesiones son abatidos sin que se les dispare, y es por eso que las sociedades los respetan, los escuchan y quieren que estén bien remunerados, que les paguen bien.

Es eso lo que hace más obsceno los abusos, eso hace que, aún ante la evidencia plena de los mismos, la gente tiende a pensar bien de los galenos, a concederles el beneficio de la duda aunque ellos estén parados encima de las ruinas de instituciones como el CASMU, con cuyo déficit se podrían haber hecho tres o cuatro hospitales nuevos. Pero es una forma de pensar lógica, al fin y al cabo todos o casi todos le debemos la vida a algún médico, en algún momento.

***

Muchos de los que nos sentimos indiferentes al carisma demagógico de Tabaré Vázquez nos hemos preguntado qué era lo que veía mucha gente que escuchaba sus frases de efecto y sus metáforas románticas (y claramente guionadas) como si fueran poesía celestial. O porqué creían en la bonomía absoluta de un hombre que, a diferencia de cientos de sus correlegionarios, no había sufrido en absoluto la dictadura militar, sino que, al contrario, había crecido profesional y económicamente en ese período. Hay muchas respuestas, pero buena parte del fenómeno se explica por su cualidad de doctor, y de oncólogo además. En contraste con la larga tradición de presidentes provenientes del ámbito de las leyes y sus tortuosidades, Vázquez se presentaba como un hombre simple que había dedicado su vida al combate de ese monstruo, esa rebelión celular indomable que conocemos como cáncer.

Esto fue lo que convirtió a mi tía, por ejemplo, en una incondicional de Vázquez. ¿Cómo no adorar y creer en un hombre que dedicó su vida a esta lucha y se convirtió en uno de los principales expertos nacionales en la materia? La nobleza de Vázquez es algo indiscutible para una mujer como mí tía, a la que el cáncer le quitó a sus dos padres -mis abuelos- y un hermano - mi padre.

Y a ella le parece admirable que la vocación de este hombre sea tan fuerte que, aún habiendo asumido la presidencia, siga dedicándole un tiempo semanal al ejercicio de su vocación e ignorando las voces de la oposición que se quejan diciendo que la presidencia de un país entero debería ser un trabajo de dedicación completa. Qué sabe esa gente que nunca salvó una vida, que no vio lo que es ver a un ser querido consumido por una metástatsis.

Yo no quiero pelearme con mi tía, así que nunca le pregunto el por qué, si esa vocación del presidente -un socialista- es tan fuerte, tan desinteresada e ineludible, no la ejerce en los hospitales públicos. Donde van los más esperanzados de sus votantes, aquellos que quieren seguir viviendo para ver cómo las cosas finalmente cambian o mejoran.

***

El conflicto de los anestesistas es ejemplar y debería ser estudiado por la sociedad entera en detalle para entender todo lo que no está funcionando en esta sociedad. Antes que nada hay que considerar que hablamos de un gremio de una especialidad médica absolutamente esencial, formado en su totalidad en forma gratuita en la enseñanza pública y gratuita, que en su desempeño en tiene la rara potestad de cobrar dos veces, una por simplemente por estar allí y otra por ejercer su trabajo, el tan famoso acto médico. Esta fue una concesión conseguida durante el conflicto de 1993, durante el optimista gobierno de Luis Alberto Lacalle, y, sin mal no recuerdo, con el apoyo de todo el aparato gremial y la izquierda. Por eso es que Raymond Chandler decía que no hay peor trampa que la que uno se prepara a sí mismo.

Un informe de tres economistas sobre las cesáreas en Uruguay confirmó que desde la implementación del pago de acto médico para el sector quirúrgico-anestésico, las intervenciones de cesárea se multiplicaron notoriamente. ¿Significaría esto que desde 1993 las vaginas de las parturientas se estrecharon de pronto o cabría sospechar que las cesáreas pasaron a ser ampliamente recomendadas desde que los cirujanos y los anestesistas empezaron cobrarlas por separado? Para evitar desconfianzas se podría hablar de un cambio cultural en las embarazadas, que tal vez ya no están tan dispuestas como antes a sufrir el dolor del parto, pero curiosamente este informe de Leonel Muinelo, Máximo Rossi y Patricia Triunfo, consignaba que una mujer tenía un 20% de tener una cesárea en un hospital público (dónde dicha operación no es pagada por separado) y un 40% en un hospital privado, dónde se convierte en un acto médico. Es decir, para las mujeres pobres el "parirás a tus hijos con el dolor de tu vientre" es el doble de cierto que para las que pueden pagarse una mutualista. Y para los cirujanos esa intervención es el doble de necesaria en Impasa que en el Pereira Rossell.

Esta rara cualidad laboral ha tenido no pequeña incidencia en la casi quiebra de buena parte del sistema mutual, con las excepciones de alguna institución modélica y de las que -ya quebradas en la práctica como (CASMU, Impasa, etc.)- se mantienen gracias al respirador artificial de los créditos y mediaciones estatales, es decir, gracias al sector público. Pero además convirtió al conflicto de los anestesistas en la trampa perfecta: el mismo anestesista que renuncia a sedar al chico con peritonitis en el Pereyra Rossell, puede hacerlo cuando lo ingresan, previo pago estatal, en la Española u otra institución privada, pero esa misma sedación ahora será pagada por separado y en forma doble, ya que se convirtió, al cruzar Bulevar Artigas, en un "acto médico".

Cualquier conflicto salarial es bastante sencillo si uno puede ser huelguista, patrón y carnero a la vez, se eliminan rispideces, digamos.

***

Hace más de una década una intoxicación extrema con una sustancia berreta y estúpida me produjo una brutal taquicardia que me mandó derecho al Coronaria movil, convencido de que estaba sufriendo un letal ataque al corazón. En realidad mi desconocimiento sobre algunos efectos residuales producidos por ciertos excesos, sumado a un lógico cagazo, me hicieron sobredimensionar los síntomas generándome un ataque de panico, que para peor se apoyaba en sensaciones de lo más reales. No me ocurrió nada y después de que me dieran algunos sedantes los síntomas desaparecieron y el hecho no tuvo consecuencias físicas, aunque me dejó con un cierto cuadro fóbico que me duró unos seis o siete años más, hasta que desapareció, curiosamente luego de otra intoxicación de naturaleza muy distinta.

Pero el asunto es que, además de descubrir la tangibilidad de la muerte, la experiencia me hizo descubrir el enorme poder de los médicos. Mientras me llevaban en la camilla, convencido de estar sufriendo un infarto precoz y definitivo, toda mi fe, toda mi confianza, estaba puesta no en algún amigo imaginario de la tradición judeo-cristiana, sino en esas personas de blanco que conocedores del cuadro que les presentaba, me calmaban con amabilidad y me aseguraban que todo iba a estar bien. Si ante ese pánico me hubieran exigido que les firmara un pagaré por todas mis posesiones o me dejaban en el corredor, no hubiera dudado un segundo en hacerlo, pero por supuesto los médicos de la UCM no eran chantajistas sino buenas personas, doctores, que sabían lo que me estaba pasando y cómo tratarlo, porque era su trabajo y su vocación, y no tuvieron ninguna intención de aprovecharse.

Al igual que uno se llena del odio más negro hacia todo el gremio policial luego de recibir un palazo inmotivado, salí de la UCM lleno de amor y gratitud hacia el gremio médico. ¿Qué se le puede negar a quienes te sacan de las fauces negras de la muerte, a quienes te tranquilizan en la oscuridad? Ya lo dije antes, eso es poder puro, y como dice el Hombre Araña, "a grandes poderes, grandes responsabilidades".

***

¿Cual es la solución para que no haya una diferencia tan notoria entre el trabajo de un lado u otro de Bulevar Artigas? Es decir, entre la salud pública y la privada. Según los anestesistas el equiparar salarios entre una y la otra, igualando -por supuesto- hacia arriba, para que los salarios del Rossell estén a la altura de los de la Española o símiles. Es una idea muy bonita y de hecho es compartida no sólo por todos los órdenes de la salud, desde los enfermeros hasta los cardiólogos, sino también por todos los trabajadores estatales que tienen equivalentes mejor pagos en el ámbito privado, pero tiene un pequeño problema de base filosófica que suele ser ignorado. Y es simplemente que esa equiparación, más allá de ser a todas vistas imposible, no es justa.

En las sociedades en las que la economía mixta más o menos funciona -o funcionó antes de ser desmantelada por el mercado global-, el equilibrio en la misma dependió siempre de varios presupuestos sociales. Entre ellos el de reconocer que la seguridad ofrecida por el trabajo público, menos competitivo y no susceptible de optimizaciones vía despidos, tiene como contrapartida un menor pago. No digo que sea el sistema ideal, pero es como tiene que ser en una economía mixta sana: a mayor precariedad laboral - mayor salario, a mayor seguridad - menor. Exigir una equiparación del sector público y el privado es, como decía mi abuelo, pedir la chancha y los cuatro reales.

Pero hay otra cosa, esencial en los países con grandes estructuras estatales, ya sea de salud o simplemente burocráticas, y es la consciencia de identidad entre sus usuarios y la patronal. En los países en los que han subsistido empresas y estructuras estatales a la andanada de globalización neoliberal, hay un gran sentido de pertenencia colectiva de dichos entes y servicios, que otorga a los trabajos públicos de una cierta aura de servicio nacional. Y que las medidas de lucha que los empleados de las mismas puedan tomar, son tomadas no en contra de una entidad más o menos abstracta que puede llamarse MSP, ANCAP, MEC o simplemente Estado, sino en contra de la totalidad de la sociedad que se sirve y financia esas entidades. Los paros y huelgas públicos, incluso en países europeos con largas y honrosas tradiciones gremiales, son hechos muy raros y muy mal vistos a priori, por lo que deben ser justificados cuidadosamente por quienes los deciden y los comunican. Un grupo de empleados públicos, como lo son los anestesistas de Salud Pública, representados y explicados por alguien tan repelente, soberbio y mentiroso in fraganti como el doctor Vera, es totalmente impensable en una sociedad que tuviera una relación más o menos sana con su representación estatal y con sus trabajadores públicos.

Pero son demasiadas décadas de corporativismo tolerado, de organismos públicos convertidos en la chacra personal de su administrador eventual, de privatizaciones de facto a mano de grupos familiares que se legan en forma hereditaria cargos laborales que deberían ser rigurosamente llamados a concurso, de instituciones abandonadas para "pudrirse en la rama" como indica el dogma neoliberal respecto a los entes estatales exitosos, de pasividad de los usuarios y de incapacidad de los mismos para relacionar lo que se les quita de sus salarios mes a mes y el aparato estatal, de pura y simple impunidad en relación al abuso. Las grandes estructuras estatales dependen de una auténtica integración social, algo que, conviene recordar, se deshizo mucho antes que aparaciera la pasta base.

***

Vi Sicko, el documental de Michael Moore sobre el sistema médico estadounidense. Digan lo que quieran sobre Moore, que es un manipulador, que es una máquina de dar golpes bajos, que los fundamentos teóricos e investigativos de sus documentales son débiles, que su hambre de estrellato le importa más que los temas que desarrolla... Sicko funciona porque pone el foco sobre el centro del asunto. Dejemos de lado el falso asombro de Moore cuando escucha las bondades de los sistemas de salud socializados de otros países, dejemos de lado lo poco creíble de la disposición instantánea de los médicos cubanos, Sicko funciona porque muestra lo que tiene que mostrar como ejemplar en un sistema médico: el consuelo, la preocupación, la humanidad hacia los que están rotos y asustados. Y denuncia su contrapartida, la indiferencia. Pero sobre todo hace la pregunta que importa: ¿se puede considerar la salud como un bien negociable, sujeto a las ofertas y demandas del mercado? ¿no es eso la mayor de las discriminaciones históricas, el mayor traspaso de facultades y derechos a las clases dominantes? ¿no es el fin de la igualdad mínima, que es la del derecho de enfrentarse en relativa igualdad de condiciones ante la muerte? ¿no es la instauración definitiva de un hiper-capitalismo, de un sistema tan materialista que la subsistencia mínima -el derecho a la vida- dependa de la acumulación de valores? Sicko da una respuesta, yo estoy de acuerdo con ella.

***

Como era previsible, apenas comenzaron los paros y las renuncias de los anestesistas, los noticieros fueron a hacer notas de color, preguntándole su opinión a quienes tenían auténticas probabilidades de sufrir -literalmente- en carne propia el abandono de tareas de dichos especialistas, es decir, los usuarios de Salud Pública. Sorpresivamente muchos de los interrogados decían comprender que había una lucha salarial y que de pronto iban a tener que joderse, y pocos se mostraban molestos con los anestesistas en conflicto.

En realidad estas declaraciones son bastante sintomáticas de varios problemas que orbitan este conflicto. En primer lugar está la adhesión -o al menos la simpatía- casi instantánea, propia de una cultura de clase acostumbrada a la lucha gremial a cualquier reclamo salarial, sea cual sea. Los pobres, después de dos décadas de progresiva flexibilidad laboral y de ver como los salarios son siempre las variables de ajuste de las crisis, empatizan al instante con cualquiera que sostenga que su trabajo está siendo pagado en forma injusta, especialmente si trabajan para ellos. Para ellos, al menos hasta el momento en que tengan que ser operados apretando una madera entre los dientes, los anestesistas son amigos que los atienden gratis y si piden algo, por algo debe ser.

En segundo lugar está la confirmación, una vez más, de la absoluta ignorancia que se tiene de lo que significa el Estado, de cómo se sostiene económicamente, y de la falta de sensación de pertenencia que tienen los uruguayos respecto a ese Estado que defienden por reflejo, como si fuera una gran teta extraterrestre en el cielo ante la cual todos tienen derechos y ninguna obligación. No entienden que todo lo está pagando alguien, y que ese alguien no tiene por qué ser necesariamente un gran burgués con galera sentado sobre bolsas marcadas con una "$". No entienden que ese alguien pueden ser ellos mismos o sus hijos. O más bien una sociedad que consintió en establecer un sistema de salud solidario, en el que miles de trabajadores les pagan enseñanza y salarios a los médicos para que atiendan gratis a quienes no pueden pagar ese servicio, y a algunos miles que pueden hacerlo pero que prefirieron ahorrarse unos pesos.

Veo a la portavoz de la Asociación de Usuarios de Salud (Pública) y parece muy preocupada. Comienza diciendo que cuando comenzó el conflicto ella estaba muy de acuerdo porque creía que era para mejorar las condiciones infraestructurales del área de Anestisiología del Pereyra Rossell, pero que luego al ver que se trataba de reclamos salariales había cambiado de opinión. Todo muy comprensible, pero cuando va a terminar de hablar comenta "y es que mientras lo privados paguen así (levanta una mano) y los públicos paguen así (pone la otra mano a la altura de su cintura), qué le vas a hacer... (pone cara de resignación)".

A excepción de algún graduado en el exterior, todos los anestesistas uruguayos cursaron su costosa -es una carrera con muchos gastos materiales- carrera en forma absolutamente gratuita, ya que únicamente se cursa en la enseñanza pública, todos ellos recibieron desde la asención de Vázquez una proporción de aumentos salariales muy superior a la de los demás uruguayos, todos ellos viven, coexisten y se sirven de servicios estatales pagados en forma muy inferior a la suya, el promedio por hora que se les ofrece es más de diez veces el salario mínimo de Uruguay y la propuesta de fondo que se dice y repite en la Sociedades Anestésico-Quirúrgicas es el conseguir convertir a estas carreras en empresas de servicios independientes, alquilando su trabajo al precio que les parezca más conveniente. No es algo tan raro, en cierta forma los vendedores de pollos están haciendo lo mismo, y al igual que los anestesistas, son protegidos por un estado que, como si fuera poco, les deja regular la cantidad de egresados en función a los retiros y muertes, y manteniendo la oferta de mano de obra adecuadamente baja. El número de recibidos permanece desde hace tiempo clavado misteriosamente en unos 11 por año.

De hecho, es una cifra demasiado baja, ya que en este momento los poco más de 300 anestesistas trabajando en Uruguay son claramente insuficientes para cubrir las necesidades nacionales, posiblemente porque en los últimos tres años 38 de los anestesistas recibidos en forma gratuita en Uruguay, decidieron que era más provechoso desarrollar sus carreras en el exterior.

Es decir, esa señora está preocupada y es lógico, pero esa señora tampoco entiende nada.

***

Nací en Impasa, en los tiempos en que era una mutual ejemplar y modernísima, administrada por los médicos que la habían fundado para que fuera una institución de punta tanto en lo tecnológico como en su atención. Es como una institución para los míos, prácticamente toda mi familia nació o murió en Impasa. Hace algunos días Impasa recibió una amenaza de bomba, felizmente falsa, que resultó ser obra de un pariente dolorido que acusaba a la institución de haber dejado morir a un pariente.

En los tiempos en que nací, esa acusación habría sido un despropósito, producto de una mente incapaz de elaborar el duelo por la pérdida de un ser querido. Tal vez también en este caso sea así, pero ahora siempre hay un elemento de duda razonable, al menos desde que la institución quebró en la práctica a causa de una administración impresentable que dilapidó el capital de la empresa en salarios faraónicos y un asombroso nepotismo.

He sido socio entonces de Impasa durante más de 30 años, y un socio bastante sano, por lo que se me eriza un poco la piel al hacer un cálculo al voleo del dinero que le puedo haber traspasado a la institución en estos años. Mi familia igual. Pero cuando se me infectó un absceso hace unos meses, pagué mi ticket de emergencia y esperé tres horas y media con un dolor que iba en crescendo a que la única médico de guardia me atendiera. Finalmente lo hizo y me dio pase para el cirujano, por lo que volví a la sala de espera a esperar que me llamaran. Tres horas después yo seguía ahí. No estaba asustado, sabía que lo que tenía no era grave, pero el dolor a esas alturas era insoportable. En un momento me crucé con la doctora, qué me preguntó extrañada cómo podía ser que todavía no me hubieran atendido. Hizo una consulta y descubrió que no había ningún cirujano en la guardia de emergencias. Llegaba dentro de un rato al parecer. Dos horas más tarde lo hizo, me drenó, me hizo las curaciones necesarias y me mandó para casa, ocho horas después de que yo llegara a hacer una consulta de emergencia. Ocho horas en las que pensé bastante sobre el poder, el miedo y la tolerancia al dolor. Me dijeron que emergencias estaba sobrepasada de trabajo porque el intenso frío del invierno habían producido muchas crisis respiratorias. Pero yo estaba ahí, y se atendieron apenas a unas 15 o 20 personas en toda la sección de urgencias de una de las mayores mutualistas de Montevideo.

Por supuesto que en comparación con las atrocidades médicas que se repiten en el Clínicas, lo mío fue una tontería, es sólo dolor, pérdida de un día laboral y misantropía agravada. Pero, ¿por qué es una tontería? ¿por qué el soportar ocho horas de vacío y dolor intenso sin que te ofrezcan un puto calmante, en una institución paga de la que uno es socio desde hace décadas, es una tontería? No sé; tampoco sé por qué no me puse a romper cosas y a aullar como un salvaje hasta que me atendieran. Será porque estoy con la correa puesta, como todos los pacientes, como todos los que tienen miedo. Porque esa es la evidencia, la correa y el rastro baboso del poder: puro, insonoro y omnipresente.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Ooh-oo child

¿Cuántas formas hay de decir algo muy sencillo? ¿quién se acuerda de los Five Stairsteps? ¿quién se ríe de sus afros monumentales? ¿quién se quedó tarareando esa canción tan triste y luminosa que se escuchaba en Crooklyn, después de la muerte de uno de los personajes? ¿quién se acuerda de Crooklyn o de Spike Lee? ¿qué importa? ¿cuántos peinados afro retro vimos en los últimos años? ¿alguien sabe lo que significaba un peinado afro? ¿cuándo fue la última vez que te emocionó una canción soul? ¿cuál fue la última canción soul que mereció ese nombre? ¿"I Try"? ¿cual fue la última canción que habló de esperanzas sin ser una terrajada irredimible? ¿es una casualidad que "Ooh-oo child" y "People get ready" pertenezcan al mismo grupo de músicos /compositores? ¿cuántas cosas se pueden hacer o desear hacer escuchando "Ooh-oo child"? ¿cómo se dice algo con convicción pero sin evidencia? ¿cuándo se supone que dejamos de necesitar consuelo?

Ooh-oo child
Things are gonna easier
Ooh-oo child
Things'll brighter

Some day, yeah
We'll get it together and we'll get it all done
Some day
When your head is much lighter

Some day, yeah
We'll walk in the rays of a beautiful sun
Some day
When the world is much brighter

Right now, right now
(you just wait and see how things are gonna be)

Vi un capítulo extraordinario de Futurama, una serie que en muchos aspectos era mejor que Los Simpson, sobre una situación futura en la que Santa Claus no es un agradable mito color Coca-Cola sino un muy real robot psicópata que, durante la noche de navidad, sale en su trineo a matar, destruir y mutilar, causando el terror entre la gente. Después de un montón de vicisitudes, Fry, que hablaba con nostalgias del espíritu de unidad que inundaba a las familias durante las navidades en su época (es decir, en la nuestra), se da cuenta de que este Santa Claus monstruoso produce el mismo efecto de unidad, pero en base al horror no al amor. Es lo mismo que decía Borges con aquella frase tantas veces citada.

La maestra hippie de Bridge to Terabithia les canta "Ooh-oo child" a sus alumnos, también les canta "Someday" de Steve Earle, que es otra forma de decir lo mismo, solo que a uno mismo no a un tercero asustado.

Los fugaces día de calor de la semana pasada sacaron a la gente a la calle como si estuviera ocurriendo algún milagro natural. Es que fue un invierno muy largo, más largo que ninguno que yo recuerde. Está bueno caminar bajo el sol después de días como fueron los días de este invierno.

jueves, 13 de septiembre de 2007

El biombo

Parece que el tiempo se ha puesto de lado de Manuel Puig; si bien el hombre siempre tuvo sus seguidores, su orientación evidentemente gay y sus posmodernas yuxtaposiciones de folletín melodramático y nouveau roman más o menos vanguardista, le han dado una actualidad tal vez superior a la que gozaba en vida. Suele pasar, no es el primero ni el último. Pero de alguna forma Puig parece -para algunos críticos- haberse convertido en el santo patrón de toda una generación rioplatense que (supuestamente) reivindica su literatura con el mismo entusiasmo que reivindica la plástica de Andy Warhol y el tecno-pop. Se le buscan y se le encuentran herederos en cada esquina y debajo de cada boa de plumas, herederos tal vez inconscientes en muchos casos de la tradición en la que se los inscribe, haciendo en cierta forma la más burda de las búsquedas epigonales. Bueno, cada uno elige el padrino artístico que quiere y lee lo que quiere de quién quiere sin que haya, como se sabe, lecturas privilegiadas, pero tengo la sensación de que, como con casi todo el arte de la segunda mitad del siglo XX, se está consumiendo la cáscara y tirando la fruta.

¿Hay realmente alguna relación entre aquella generación creativa de jóvenes artistas homosexuales que dio a luz simultáneamente a la literatura de Puig (difícil ponerle un rótulo genérico), al teatro café-concert y a la poesía neo-barrosa con la generación actual de artistas pop multidisciplinarios, que en ocasiones parecen gay sin serlo, que en lugar de tener que ocultarse en algún paraje liberado de Brasil tienen un camino de alfombra roja hacia la televisión? Por ejemplo ha habido un consenso crítico acerca de la excelencia o por lo menos la buena calidad narrativa de la prosa de Dani Umpi, y en ese consenso el nombre de Puig ha sido citado casi en forma inexorable, pero, más allá de la orientación sexual y de los paralelismos que se pueden hacer entre los devaneos kitsch de uno y de otro, ¿existe una auténtica continuidad o herencia literaria que se continúe de la generación de Puig a la representada por el diletante de Tacuarembó y los centenares de performers-artistas plásticos-músicos de electro-clash que han parecen haber cooptado el estandart
e del arte en el Río de la Plata?

Boquitas pintadas
es mi novela argentina preferida; ni La invención de Morel, ni Los siete locos, ni (mucho menos) Respiración artificial ni la propia Rayuela (o 62, que es para mí la realmente buena) me impresionaron tanto como esta novela breve, amaracada, porteñísima y de envoltorio frívolo. Aunque no leí toda su obra, ninguno de los otros libros de Puig que cayeron en mis manos me causó un efecto parecido al de ese libro de nombre ridículo. Cuando la leí por primera vez mi conocimiento sobre el kitsch, el posmodernismo y el folletín melodramático era mínimo, y mi homofobia adolescente bastante pronunciada. Sin embargo el libro me pasó por arriba como un tren, con algo que encontré más tarde en los libros de Hubert Selby Jr., pero no en los de David Leavitt, en las películas de Wong Kar-Wai, pero no en las de Pedro Almodóvar. Y es ese algo lo que vuelve a la literatura de Puig un gran ejemplo de literatura posmoderna y no una advertencia contra la misma y su banalidad.

En La insoportable levedad del ser, el porfiadamente moderno y siempre masculino Milan Kundera dedica un capítulo a hacer algunas apreciaciones críticas sobre el kitsch y elabora una sentencia tremebunda: "el kitsch es un biombo que oculta la muerte". Más allá de que, al menos en castellano es una frase muy melodramática (y paradójicamente algo kitsch), hay algo de verdad en ella. La exageración del impacto unidimensional del kitsch y su foco exclusivo sobre la luminosidad de la vida no deja espacio para la consciencia de la muerte. El kitsch puede llenar de calaveras una cartera, pero sólo si vacía dichos cráneos de su representatividad simbólica. Pero una cosa es el kitsch inconsciente, en cierta forma moderno, que solamente pretende su consumo único y un efecto determinado, que se juega con la seriedad con la que los niños juegan o que se propone incluso como un no-kitsch, sino como una forma distinta de valorar la expresión; otra cosa es el kitsch re-procesado por la autoconsciencia posmoderna, el kitsch que se sabe kitsch y que puede ser utilizado como recurso hedonista, mediante la suspensión voluntaria y asumida de su componente de "mal gusto", o re-direccionado para que en lugar de ser un biombo se convierta en una persiana que racionalice la visión del otro lado en lugar de ocultarla. Y una tercera cosa es ese mismo kitsch autoconsciente que ni siquiera se intenta re-direccionar, sino simplemente re-aprovechar aunque no se le respete, porque simplemente es el techo de la sensibilidad del artista que hace uso de él con una guiñada pero que es incapaz de superarlo.

La generación de Puig nunca se conformó con una forma única de integrar lo kitsch a su arte, menos aún con una forma chota que lo hiciera pasar por algo más importante; no sólo era kitsch la influencia del radioteatro sobre el estilo de Puig, también lo era La m
ujer sentada, comportada (al menos en comparación con sus trabajos pánicos) historieta que Copi publicaba en revistas y diarios. Kitsch es la popular y amaneradísima grabación que hizo Néstor Perlongher de su demoledor y extenso poema Cadáveres, que aún no ha sido superado -ni siquiera por los bardos oficiales del dolor de la pérdida como Juan Gelman- como testimonio lírico del genocidio argentino.

Ninguno renegaba que su amor por el melodrama -que es una hipotrofía estética de lo emotivo- ni de ninguna forma de desmesura, ya fuera el barroco a la cubana o la frontera de lo porno, generando esas enormes masas de impacto instantáneo que constituyen la sentimentalidad del kitsch y que incluso, si uno considera al pathos como la materia prima de la contacto humano, pueden constituir una nueva dimensión de realismo. Pero en el caso de ellos estas estructuras de emociones titánicas y tal vez vacías como zeppelines, siempre tenía un brutal y explícito cable a tierra. Mierda, ¿qué otra cosa recuerdan y subrayan Boquitas pintadas y Cadáveres? Recordemos al menos una de sus estrofas.

En ese golpe bajo, en la bajez
de esa mofleta, en el disfraz
ambiguo de ese buitre, la zeta de
esas azaleas, encendidas, en esa obscuridad
Hay Cadáveres

o tal vez

En la finura de la modistilla que atara cintas do un buraco hubiere
En la delicadeza de las manos que la manicura que electriza
las uñas salitrosas, en las mismas
cutículas que ella abre, como en una toilette; en el tocador, tan
...indeciso..., que
clava preciosamente los alfiles, en las caderas de la Reina y
en los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza
que se derrumba, oui
Hay Cadáveres


Se podría argumentar que aquella era una generación depresiva, perseguida por izquierda (El beso de la mujer araña es un retrato si se quiere hasta bondadoso de la ferocidad con la que los revolucionarios setentistas rechazaron a estos artistas homosexuales) y derecha, que fue devastada por el Sida (casi todos las principales figuras de este grupo etario murieron a causa de dicho mal), que fue despreciada críticamente desde el canon hetero-comprometido, que escribía sobre Eros pero bajo el juicio implacable de Tánatos Entonces, ¿por qué tanta alegría? ¿por qué nos divierte tanto El uruguayo de Copi, o los largos fragmentos cursi-humorísticos de Puig? ¿por qué tantos de ellos eran más que nada comediantes? ¿No será simplemente que no se consideraba una cosa excluyente de la otra, que la diversión y el festejo vital no tenía por qué ser un puto biombo? En 1982, en plena Guerra de las Malvinas, Perlongher le metía un dedo largo al culo de la cultura argentina y escribía su artículo Todo el poder a Lady Di, en el que señalaba implacable que "en medio de tanta insensatez, la salida más elegante es el humor". Y sin embargo nunca reclamaron el ser los payasos de la fiesta. Porque no veían ninguna fiesta.

Tal vez todo esto que estoy escribiendo sea solamente una declaración de molestia ante la desmedida avalancha de elogios
recibida por la apenas correcta literatura romántica de Dani Umpi y el consenso en considerar propuestas de pop razonablemente bien producido como Miranda! como si fuera la luz al final del tunel, pero es algo más que la simple protesta por una exageración. Quiero decir, la opción por la frivolidad de corte casi escapista como respuesta a un entorno cultural aquejado por la seriedad y la reivindicación de los simples estímulos populares ante la imposición de los grandes totems del arte adusto, me parece -como todas las rebeldías- válida. Pero en la actualidad la frivolidad se rebela contra la frivolidad, la levedad contra la levedad, y el mal gusto contra el mal gusto; no hay ningún juego de oposiciones más allá de las simples y ya integradas diferenciaciones de preferencias sexuales. No hay una cultura amarga, opresiva y omnipresente contra la que rebelarse en nombre del glamour, apenas algunas estructuras y conceptos residuales, despreciados por cualquiera que haya seguido leyendo durante los últimos 20 años. Y ese cualquiera, si tiene una cierta honestidad intelectual, puede fácilmente discernir que ciertos lugares en la literatura actual han sido ganados en base a méritos de presentación, no cualitativos. Y que la degradación es tal que hoy en día se festeja la mera corrección gramática y la fluidez narrativa como si fueran triunfos expresivos.

Hubo sí herederos/sobrevivientes decentes de aquella generación de valientes terroristas, gente como el chileno Lemebel o el uruguayo Urdapilleta, cuyas obras si bien no han sido ignoradas no han podido integrarse a esta nueva corriente de literatura y arte neopop. En el fondo es lógico, porque aunque se ponga el énfasis en lo genérico y en el discurso de minoría, el principal valor del nuevo kitsch es su actualidad estridente. Y las diferencias son esenciales, mucho más que las similitudes, es el mismo tipo de diferencia que hay entre los Sex Pistols y Blink 182, es decir, diferencias medulares, diferencias que tienen que ver con lo que hay detrás del biombo. Si es que hay algo más allá de un poster del propio biombo.

miércoles, 29 de agosto de 2007

El glamour, el arte y lo demás

Hace unos días vi la película Party Monster (Fenton Bailey, Randy Barbato, 2003), una biopic de interés limitado -más allá de la posibilidad de ver a Macaulay Culkin haciendo un papel de adulto- sobre Michael Alig, James St. James y sus Club Kids. Tanto los nombres de estos como el de los Club Kids no son precisamente populares en estas latitudes, pero sin embargo su influencia ha sido crucial en la cultura popular más o menos hedonista de la última década y media. En cierta forma toda la estética del electro-clash, parte de la escena dance contemporánea y muchos de los llamados "mediáticos" televisivos son directos herederos de esta generación de nietos espirituales y algo desaventajados de las superstars de Andy Warhol & cía.

Michael Alig -en estos momentos encarcelado por haber asesinado a un amigo dealer- y los suyos eran básicamente personajes nocturnos a los que les gustaba vestirse y/o disfrazarse en formas chocantes, convirtiéndose en el centro de atención de cualquier fiesta a la que iban y consiguiendo eventualmente volver de su presencia su profesión, siendo contratados para poner su nombre y figurar en cualquier fiesta y/o boliche que quisiera estar más o menos de moda. Los Club Kids llegaron a hacer giras por todo EE.UU. a pesar de que no sabían "hacer" nada, sino que simplemente "eran". Un concepto muy Warhol del estrellato ("we don't have sound but you're so great you don't have to speak"), pero en esta ocasión sin que hubiera siquiera un mecenazgo artístico atrás que lo articule y que disponga el tinglado por donde se movían estas criaturas de supuesto charme ontológico. El no tener ningún trasfondo genuinamente artístico, más allá de su culto y amistad con el performer inglés Leigh Bowery, es el simple motivo por el que los Club Kids no produjeron ninguna obra creativa con la que se les pueda relacionar, ya que ni siquiera se puede hablar de una cierta homogeneidad en sus disfraces y el baile con el que se les suele asociar, aquella fugaz moda llamada "vogue", era en realidad una creación carcelaria de los pabellones de presos gays de Rikers Island.

Totalmente autoconscientes de su carácter de freaks profesionales, los Club Kids se especializaron en asistir a talk shows como el de Geraldo y escandalizar a la chotez estadounidense con sus peinados, maquillajes y declaraciones venenosas que en el fondo confirmaban todo lo que un buen cuáquero sospecha: los homosexuales y los drogadictos son desviaciones que no saben hacer nada, y ni siquiera son buenas personas. Hay varias aristas simpáticas en el hedonismo desfachatado de los Club Kids, su aparente liberalismo y su supuesta invitación democrática a la fama, y sin dudas James St. James -el más creativo del grupo- debe ser un tipo divertido, pero llama la atención lo restrictivo, discriminatorio e integrado al sistema que era este movimiento de apariencia contracultural. Más allá de la descarada homosexualidad de la mayoría de sus integrantes, casi todos estos provenían de familias de clase alta -y estamos hablando de la clase alta de New York, imagínense-, y uno de sus mayores placeres y poderes era el de ejercer distintas formas de exclusión y/o discriminación en nombre del glamour. ¿Una república privada en la que los freaks imponen sus reglas? En realidad tampoco, los Club Kids eran empleados de empresarios nocturnos, cuya auténtica clientela no eran los alienados que se mueven en los márgenes de la sociedad, sino los que podían gastar miles de dólares para sentirse parte de una excepción controlada y cerrada. El modelo era Warhol, no Jack Smith. Gary Glitter, no Lou Reed. El lema, explícitamente recalcado por Alig cada vez que tenía una chance era: "Money, success, fame, glamour". Un lema que ni siquiera incluye el placer; los Club Kids, más allá de sus monumentales ingestas de drogas (fueron hijos de la primer gran oleada de ectasy en EE.UU.), eran -como consecuencia de la paranoia sexual producida por el Sida- sumamente histéricos en lo sexual. Eran representaciones de libertad sexual y expresión corporal que no cogían y no bailaban. Eran un digno fruto de su tiempo y en cierta forma, un motor de influencia que se sigue sintiendo aún en ambientes en los que el nombre de Michael Alig no suena a nada.

Ahora, ¿estoy escribiendo esto para hablar de los Club Kids, un fenómeno cultural exterior y poco interesante, o para lamentarme sobre una concepción de cultura que chorrea sobre la pseudo-modernidad actual del Río de la Plata? En realidad ni una ni otra cosa, sino para hablar de una casualidad.

Luego de ver la película quise verificar algunos datos en un libro fallido pero interesante: The Last Party: Studio 54, Disco, and the Culture of the Night de Anthony Haden-Guest. Se trata de la historia del establecimiento de la cultura de discotecas -un fenómeno originalmente europeo- en New York y las distintas generaciones de habitantes de la noche de las últimas décadas, desde los suplicantes de Studio 54 hasta los Club Kids, hasta el desmantelamiento de la industria de la diversión nocturna durante la represiva administración de Rudolph Giuliani. El tema es, para mí al menos, apasionante y en combinación con el High on Rebellion de Yvonne Sewall-Ruskin (que narra el ascenso del Max's Kansas City, donde en realidad comenzó todo) y de los Diarios de Andy Warhol, puede servir para hacerse un panorama de este mundo volátil, efímero y fascinante. Califiqué al libro de Haden-Guest como "fallido" porque lamentablemente opta por entrelazar mucho lo subjetivo con los datos y su familiaridad con los señores de la noche hace que en ocasiones el tipo de por sentado conocimientos de la farándula neoyorquina dignos de Michael Musto. Pero de cualquier forma es una mina de historias y observaciones que hacen comprender que el Max's, Studio 54, el CBGB, Palladium, el Mudd Club y The Tunnel no eran cosas tan opuestas como a algunas tribus mímicas les gustaría suponer, y que los caminos de la oscuridad y la libertad en algún momento siempre se cruzan.

Pero bueno, el asunto es que, como suele pasarme, luego de releer la sección dedicada a los Club Kids me terminé releyendo todo el libro y encontré una anécdota fascinante. Como todo se sabe el gran atractivo de Studio 54 era su famosa capacidad de discriminación en apariencia arbitraria, que hacía el asistir y conseguir entrar al boliche una especie de juego de azar en el que ni siquiera el dinero lo aseguraba, siendo el auténtico valor de entrada el glamour y la notoriedad. Bullshit, por supuesto; en realidad Steve Rubell -el creador de Studio 54- era un hijo de puta inteligente que había estudiado el cuidadoso sistema de selección en la puerta instaurado por Mickey Ruskin en el Max's Kansas City, sistema sólo arbitrario en apariencia. Ruskin, un empresario algo groupie, había descubierto que lo que más atraía a los millonarios y a los grandes clientes no era tanto el lujo o la exclusividad económica, sino más bien el contacto con lo extraordinario, lo diferente y lo excepcional, y por sentirse parte de ello por motivos más allá del simple dinero. Era por esto que el Max's, siendo un restaurant y boliche caro y en el que muchos hombres de negocios eran rebotados por el propio Ruskin en la puerta, era particularmente accesible para los artistas, no importa cuan bohemios o reventados pudieran ser, y el propio Ruskin solía fiarles enormes cuentas de bebidas y comida. En parte por bonhomía y mecenazgo pero también en buena parte porque sabía que esos espectros inquietos eran buena parte del atractivo de su local.

Esta técnica fue depurada por Rubell, quien decidió apuntar más bien a reclutar como habitué a Mick Jagger o a Diana Ross antes que a David Johansen y a Lou Reed, a Andy Warhol antes que a Roy Liechestein, y comenzó no solo a ejercer sino también a propagandear esa suerte de dictadura en la puerta, ejercida en persona por el propio Rubell o por un concheto llamado Marc Benecke, experto en lo que llamaban "mezclar la ensalada", lo que era simplemente darle ese aire de arbitrariedad, de casting posmoderno, por el que sólo entraban a Studio los muy famosos, los muy bellos, los muy raros y sobre todo (aunque el talento de Benecke era que esto no se notara) los muy ricos.

En fin, pero todo esto es sólo una introducción para contar la historia en sí, que tiene como protagonistas a Nile Rodgers y a Bernard Edwards, guitarrista y bajista de Chic. Como uno puede imaginarse, en plena época disco, Rodgers y Edwards eran dos nombres candentes ya que eran dos de las principales figuras musicales de este género que estaba arrasando al mundo. Dos músicos infernales que, aún en plena subida de la música disco, no se sentían del todo a gusto con el género, pero que reconocían su rol esencial dentro del mismo y las oportunidades que les generaba. Como la de producirle un disco a la diva en ascenso Grace Jones, quién los invitó a su presentación en Studio 54.

Una invitación para la que Rodgers y Edwards se presentaron entusiasmadísimos, emperifollados para la ocasión con sendos trajes Armani, perfectos peinados afro enormes y cagados de frío, ya que nevaba y era invierno en NYC. Se presentaron en la puerta de atrás, la de los invitados, y descubrieron que no estaban en ninguna de las listas, y que el portero no tenía la menor idea de quienes eran ("¿Shit?", les preguntó, cuando le dijeron el nombre del grupo). Frustrados decidieron ir a la puerta del frente, ya que conocían al cretino de Marc Benecke. Los Chic eran músicos de más bien bajo perfil -esto es el tiempo anterior a MTV- y aunque sus canciones sonaban en todos lados no eran caras conocidas. Pero supuestamente Benecke sí los conocía. Se pararon frente a él, le gritaron, lo llamaron y el tipo ni la menor pelota. Finalmente Rodgers y Edwards decidieron que la batalla estaba perdida y se fueron a su casa, sin sentir siquiera el frío de tan calientes que estaban. Contrariamente a la idea frívola sobre los músicos disco, Rodgers tenía su pasado de Black Panther, y sabía que acababa de comerse una discriminación de aquellas. Lo que tenía que ser una noche decisiva en sus vidas se había convertido en una mierda por culpa de unos vejigas, e incluso habían quedado como unos desconsiderados o unos perdedores ante Grace Jones. Esa noche no eran Chic, eran un par de negros a los que no dejaban entrar a un boliche.

Así que cuando llegaron a su casa y sala de ensayo se fumaron todo el faso que tenían encima y se tomaron la frula que llevaban para pasar la noche y se pusieron a tocar, solo bajo y guitarra, cantando "¡fuck Studio 54! ¡fuck Benecker! ¡fuck off!", es decir, dejando salir el vapor. De pronto Edwards le dijo a Rodgers que eso que estaba tocando estaba muy bueno y se puso a trabajar en una línea de bajo que lo acompañara bien. Cuando se quisieron acordar ya estaban tan metidos en el tema que lo de Studio 54 ya no les importaba. El coro de "fuck off" cambió, por motivos pudorosos, a "freak off" y de ahí a "freak out", y de pronto ya tenían el tema que conocemos como 'Le Freak', un simple que vendió seis millones de copias y que hasta el día de hoy es el simple más vendido de la historia de la Warner (pudo ser el simple más vendido de la historia pero en una decisión más bien tonta lo sacaron de mercado para que el público comprara el LP C'est Chic). Una canción que sigue sonando treinta años después y no sólo en las repulsivas "noches de la nostalgia".

Pero no es este golpe de buena suerte e inspiración lo que me hace a esta historia tan extraordinaria sino algo que Haden-Guest le señala a Rodgers: que no hay nada de furia o resentimiento en la canción. A lo que Rodgers le contesta; "Not at all!!! Not at all!!! Music is our friend. Our lover", y le agrega que es así, con la música, con lo que mitigó siempre sus ataques de furia, "It worked, it worked countlessly", le dice a Haden-Guest. Evidentemente un extraterrestre.

Ahora debería escribir un párrafo meditabundo que conecte a los Club Kids con la historia de Chic en Studio 54, y una sesuda reflexión sobre la relatividad de la exclusión y la fama. Pero ustedes son gente inteligente, así que ahórrenme la redundancia.